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El mito de la tierra plana

La verdad es como una anguila nadando en gelatina. Ahora parece que la idea de que en la Edad Media la gente creía que la tierra era plana, la sembraron en 1820  los pérfidos ateos y agnósticos, solo para denostar a la Fe.

Hay pruebas suficientes de que la gente medianamente informada del Medioevo tenía claro que estaba parada sobre una cosa esférica.  ¡Cómo lo podían dudar si lo habían demostrado hasta el cansancio ya en tiempos de la Grecia Clásica! Entonces, ¿también es mentira que los monjes copistas raspaban, por ejemplo, un irrepetible libro de Jenofonte para escribir encima inventadas historias de santos? Bué, ni tanto ni tan poco.

Decía el glorioso Isaac Asimov que «Cuando las personas creían que la Tierra era plana, estaban equivocadas. Cuando creían que la Tierra era esférica, estaban equivocadas. Pero si crees que considerar la tierra esférica es tan equivocado como creer que la Tierra es plana, entonces tus ideas están más equivocadas que las dos ideas anteriores juntas» Aclaremos entonces, ni plana ni esférica, pero se parece más a un globo que a cualquier otra cosa.  ¿Y los terraplanistas que insisten en que todo es una confabulación y que la tierra tiene forma de fainá? Bueno, nosotros tratamos de entretenerlo, no de hacerle perder el tiempo…

Circular puede ser, pero esférica ¡válgame el cielo! Los antípodas no pueden ser hijos de Adán.

El culpable de esa desinformación que todos sufrimos en la escuela y el liceo, salvo algún caso de un agudo profesor, es nada menos que Washington Irving, un extraordinario escritor, para nada ateo o agnóstico, simplemente un literato apasionado y no un científico desconfiado de todo lo que se dice. El reunió información más que nada consistente en tradición verbal e hizo un libro maravilloso como La Alhambra; pero también escribió otro libro sobre Colón que no pasó a la historia justamente por eso, porque contiene gruesos errores como el que estamos anotando.

Todo viene al caso porque la editorial Stella Maris reeditó, ahora en español, el libro titulado, justamente, “El mito de la Tierra Plana”, del norteamericano Jeffrey Burton Russell, el cual tuvo un gran éxito de ventas en el mundo anglosajón, pero es poco conocido entre los hispanohablantes. De hecho, tras su divulgación, los docentes norteamericanos cambiaron su manera de enseñar esta parte de la historia… durante algún tiempo. Al parecer, la docencia es muy perseverante con sus mitos. Por eso parece oportuno poner las cosas en su lugar (por algún tiempito más y solo entre mis lectores), y sin perjuicio de que esta revelación también podría ser otro mito más. La verdad es como una anguila nadando en gelatina.

El globo terráqueo de Martín Behaus y el monumento que lo recuerda en Nuremberg

Me inclino a creer que lo denunciado por Jeffrey es cierto y que lo que me enseñaron en la escuela y el liceo laiquísimo de Uruguay es un macanazo de palo a palo. Y no porque lo diga un gringo, sino por esta imagen que encontré en internet, del globo terráqueo más antiguo que se conserva. Lo fabricó Martín Behaim en 1492, antes de que Colón volviera de su primer viaje y confundiera aún más las cosas, pues él nunca supo que había descubierto un continente y las ideas que tenía de la dimensión de la esfera estaban erradas de cabo a rabo. Reconozcamos que hasta que llegó al continente, los indígenas americanos tenían que matarse entre ellos, no tenían ayuda europea para el exterminio. Y lo hacían con la misma eficiencia, crueldad y desatino que los congéneres del viejo continente.

Pero no voy a apoyar la conjetura de que esos europeos que quemaban brujas eran tan objetivos y educados como para saber popularmente la forma de la tierra. ¡Pero si cien años más tarde cocinaron  vivo a Giordano Bruno por andar sosteniendo teorías no rubricadas por la autoridad reconocida? Pienso que, como ahora, un juicioso grupo de gente razonadora e investigadora, tenía claro todo eso y jamás dejó de creer que la tierra era redonda como lo había demostrado Aristóteles, un autor felizmente reespetado en los círculos eruditos de aquél tiempo.

Allá por el 350 antes de Cristo, Aristóteles observó que las estrellas parecen cambiar su altura en el horizonte según la posición del observador en la tierra y también comprobó que hasta se puede observar la curvatura terrestre durante los eclipses lunares. Más claro imposible. Más o menos un siglo después, Eratóstenes calculaba la circunferencia del planeta con muy poco error. ¡Cómo podía perderse todo ese conocimiento! San Agustín, San Isidoro de Sevilla y Santo Tomás consagraron la redondez en algunos de sus escritos, de manera que también en el seno de la iglesia había muchos que sabían. ¿Y los demás? Bueno, los demás no sabían leer y estaban muy ocupados degollando moros o cuidando el campo de sus señores feudales, que tampoco sabían leer.

Porque, está bien, lo de la ignorancia atroz en la Edad Media es un mito. Pero nadie puede negar que casi todos los avances científicos estuvieron vinculados a la construcción de catedrales. Cuando les atacan otras curiosidades y aparece la imprenta para difundirlas, en el mundo comienzan el Renacimiento y la Ilustración.

Es feo echarle toda la culpa a Washington Irving. Allí está también Flammarion, Camilo Flammarión y no su hermano Ernesto, que tenía una editorial. Camilo escribió decenas de libros y folletos muy influyentes sobre astronomía y su hermano se los imprimió, con hermosas ilustraciones como la que reproduzco, perteneciente a su libro “L’Atmosphère” (1871). Todo muy bien; pero apoyó las ventas en que antes que él, lo que había era ignorancia absoluta. De esa manera contribuyó al macanazo al que estamos refiriendo.

En la Wikipedia se citan libros como History of the Conflict Between Religion and Science (Historia del conflicto entre la religión y la ciencia) de John William Draper publicado en 1874 e History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (Historia de la guerra entre la ciencia contra la teología de la cristiandad) de Andrew Dickson White publicado en 1896. Ambos robustecen la idea de la ignorancia medieval y abonan la teoría de que el mito tiene su origen en el empeño de “ateos y agnósticos  para imponer esta idea del conflicto para lograr sus propios propósitos”. Otros apuntan la culpabilidad con más entusiasmo hacia los protestantes. En lo personal, me quedo con la idea de que en todo esto hay mucho de postura irreconciliable, de un lado y del otro.

Reconozcamos que el concepto de que la tierra es medianamente esférica es un poco contrario a la supuesta evidencia. El propio horizonte parece indicarnos que estamos ante una recta «horizontal»; pero ahí es donde radica la belleza del concepto de la tierra redonda: los sentidos pueden engañarnos. Siempre debemos estar alertas porque la verdad-verdadera es tan inasible como esa anguila a la que nos referíamos, o como una aceituna en el platito de la picada.  Antes de Aristóteles, los griegos Anaximandro y Hecateo de Mileto proponían la mitología caldea de una tierra plana, con forma de disco redondo flotando en un océano sin fin. Y así lo dibujaron. En tiempos medievales, autores tan reconocidos (para la Wikipedia)  como Lactancio y Cosmas, insistían en que la tierra era plana.  Es decir, que tampoco había consenso como ahora quieren hacernos creer los partidarios de la teoría de la confabulación anticatólica.

¿Qué dice el mito que nos tragamos con tanta ligereza? Primero nos pintaron a Cristóbal Colón como un agudo visionario que en 1486 convenció a los Reyes Católicos de que la tierra era redonda y que resultaba más fácil llegar a las Indias navegando en línea recta hacia el poniente, en lugar de hacerlo dándole la vuelta a Africa, como ya estaban haciendo esos avivados portugueses de la escuela de Enrique el Navegante.  Y todavía te agregaban datos sobre la malvada Inquisición que trataba de impedir el viaje. Pues no, la Inquisición era malvada, pero estaba ocupada en otras cosas y no se le hubiera animado a los Reyes Católicos.
Además, en ninguno de sus escritos Colón señala que alguien se opusiera a su viaje por temor de que sus barcos cayeran al infierno desde algún imaginario borde del planeta. El problema radicaba en el tamaño de la circunferencia y la incertidumbre de los océanos así como de sus desconocidos habitantes marinos.

Magallanes y Elcano terminaron con cualquier duda que pudiera subsistir… aunque veremos que todavía quedan tozudos.

Los consejeros convocados por la reina estimaron la distancia en 20.000 kilómetros, imposibles de navegar con las embarcaciones de la época. No había provisiones que llegaran en condiciones comestibles a lo largo de un viaje tan prolongado.  Colón aseguraba que Cipango, es decir, Japón, estaba ahí nomás, a 5.000 kilómetros. Todos estaban equivocados, pero el genovés (o portugués, judío, etc.) estaba en lo cierto cuando aseguraba que se podía llegar.

El que era un fenómeno era Eratóstenes, que midió la circunferencia de la tierra en el 240 antes de Cristo. Dice la Wikipedia que “supo que en Siena (hoy Asuán), en Egipto, la luz del sol caía en perpendicular durante el solsticio de verano, mientras que la sombra creada por el sol en Alejandría estaba en un ángulo aproximado de 1/50º de círculo. Estimó la distancia en línea recta entre Siena y Alejandría en unos 5.000 estadios, lo que le permitió calcular la circunferencia de la Tierra en unos 252.000 estadios, y cada arco de grado en 700 estadios”.

“Aunque Eratóstenes empleó aproximaciones bastante amplias, dependiendo de la longitud que aceptemos para un stadion, su resultado está dentro de un margen de entre un 2% y un 20% de los valores calculados hoy en día. Vale la pena comentar que Eratóstenes sólo podía medir la circunferencia de la Tierra asumiendo que la distancia al Sol es tan grande que sus rayos son esencialmente paralelos. En un tratado matemático chino (el Zhoubi suanjing) del siglo I, se incluía una medición similar, para medir la distancia hasta el Sol asumiendo que la Tierra era plana”.

Continuemos con la cita y lo hacemos de manera textual, para no meter la pata: “Durante este periodo, la Tierra se solía considerar como dividida en zonas de clima, con un clima frío en los polos, un mortal clima tórrido cerca del ecuador y un suave y habitable clima temperado entre ambos. Se pensaba que las distintas temperaturas en las regiones dependían de su distancia hasta el Sol, aunque se equivocaban al creer que nadie podía cruzar la línea del clima tórrido y alcanzar las tierras de la otra mitad del globo. En su día, esas tierras imaginarias y sus eventuales habitantes fueron llamados “antípodas”.

Veamos lo que escribía San Agustín de Hipona (354-430) argumentando en contra de que hubiera habitantes en las antípodas: “Sobre la fábula de que existen los Antípodas, es decir, hombres que viven en el lado opuesto de la tierra, donde el sol se levanta cuando para nosotros se pone, hombres que caminan con sus pies opuestos a los nuestros, eso no es creible en modo alguno. Y, ciertamente, no se afirma que se haya aprendido tal cosa por conocimiento histórico, sino por conjetura científica, basándose en que la tierra está suspendida dentro de la concavidad del cielo, y que tiene tanto espacio en un lado como en el otro: por ello afirman que la parte bajo nosotros también debe de estar habitada. Pero no remarcan que, aunque se supone científicamente demostrado que el mundo tiene una forma esférica, redonda, de eso no se sigue que la otra cara de la tierra esté libre de agua; ni tampoco, aunque estuviera realmente libre de agua, se sigue que esté necesariamente habitada”.

Y yo digo, masomeno, ¿como vendrían siendo esos antípodas de los que tanto se hablaba?

Aún así, San Agustín niega a las antípodas, pero no resiente la idea de una tierra redonda, quizás porque los argumentos de Aristóteles le resultaron convincentes. Si el santo hubiera vivido hasta nuestros días, habría podido contemplar el bochornoso espectáculo de personas que tienen la perseverante tendencia a pensar exactamente lo contrario de lo que creen los demás. Salvo en el caso de que logren convencerlos, circunstancia en la cual cambian radicalmente su postura. Porque la cuestión es discrepar.

Es curioso, pero aunque Santo Tomás de Aquino suscribió la idea de la esfericidad, lo que realmente ofuscaba a las autoridades de la iglesia, era la idea de que del otro lado de la tierra hubiera seres antípodas que también fueran descendientes de Adán. Y apenas escuchaban a alguien con semejante teoría, comenzaban a buscar leña para la hoguera. En el mundo musulmán, en cambio, la idea de la redondez no era irreconciliable con su religión.

Dice la docta Wikipedia, que los sabios musulmanes Ibn Hazm (1069), Abu al Faraj ibn Al Jawzi (1200) e Ibn Taymiyyah (1328) sostuvieron sin titubeos que los cuerpos celestes son esféricos… aunque en 1505, cuando la redondez estaba rotundamente demostrada, hubo alguno que insistía en que la tierra es plana. ¡Qué decepción se llevarían estos sabios en los días de hoy al enterarse de la línea de pensamiento de los talibanes, solo comparable a tiempos muy anteriores a los caldeos! Sorprendente es que todas estas disquisiciones tuvieran por objeto calcular con la mayor exactitud posible la distancia más corta hacia la Meca y poder inclinarse a rezar en esa dirección y no en otra. Casi podría decirse que a partir de las investigaciones de esos sabios fue que se desarrolló la trigonometría esférica.  Claro que para ellos la redondez no era un concepto religiosamente complejo. Un verso del Corán (79:30) expresa algo así como que Alá hizo la tierra con forma de huevo y luego la extendió. En fin, si sabés el idioma, acá tenés el fragmento para que evalúes por vos mismo:  والأرض بعد ذلك دحاها.

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Por último, ¿cómo conciliamos todo esto con la actual “Sociedad de la Tierra Plana” que asegura que lo de la tierra redonda no es otra cosa que una sucia conspiración de la NASA para mantener engañada a la gente? Para ellos, la Tierra es un disco con el Círculo Polar Ártico (el norte, of course) en su centro y con un muro de hielo de 150 metros de altura alrededor de la Antártida. En sus hipótesis, tenemos una segunda e invisible luna y todo es empujado por una misteriosa “energía oscura”.

¿Querés saber más sobre todo esto? Entrá a Amazón y comprate el libro de Jeffrey Burton Russel por solo 6,80 euros… en versión digital. Si lo querés encuadernado, te sale bastante más.

Pero escuchá mi consejo: no te apresures a calificar como «verdad» ninguna cosa que te digan, que leas o se te ocurra. La verdad, en el caso de que sea accesible con los recursos que tenemos, es muy escurridiza. Lo mejor es tomar algo como bastante cierto para poder proceder, porque tampoco es cuestión de no hacer ni resolver nada porque no se tenga certidumbre. Pero nunca dejes de ser respetuoso con quienes se inclinaron por otras creencias. Ni remotamente salgas disparado a matar herejes, a hacerte matar por defender andá a saber qué intereses inconfesables o simplemente, a odiar a quienes no piensen como vos.  ¿Y la Fe? Bueno, la FE es otra cosa, muy respetable. No te metas con ella que tampoco está al alcance de tu cinismo.

Guillermo Pérez Rossel

http://es.wikipedia.org/wiki/Mito_de_la_tierra_plana

http://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/18128851/Mito-de-la-tierra-plana—Muy-importante-Difundir.html