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Los médicos de la peste negra

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Injusticias, ingratitudes y paradojas a este extremo no son frecuentes en la historia. Esta noche no te olvides de salir al balcón a aplaudir a los médicos que hoy como ayer, exponían sus vidas por nosotros. Son las cosas que pasaban antes de los antibióticos… aunque ahora una peste recién estrenada está afectándonos a todos sin excepción.

Así de frágiles somos los humanos, tan preponderantes y escogidos como nos creemos. Aparece un piojo, un mosquito o algo que ni siquiera está vivo, como un virus  y comenzamos a morir por miles, revelando nuestras peores mañas y nuestras mejores virtudes. Porque cuando las oleadas de peste diezmaban Europa, es cierto que muchos se dedicaban al saqueo de los hogares que quedaban sin mayores a cargo. Los que eran médicos huían antes que los pacientes, pues sabían lo que se venía. Otros se la agarraban con víctimas propiciatorias acusadas de causar la desgracia, que en general eran las minorías de cada país, o las brujas, o los herejes. Hoy no los torturan, pero aseguran muy científicamente que el sida surgió en Haití o en África, como antes aseguraron que la sífilis la introdujeron los judíos.

Pero tanto antes como ahora, hay otros que por el contrario, estallan en solidaridad arriesgando su vida a sabiendas y no solo por sus hijos, padres o cónyuges, sino hasta por extraños y rivales. Porque así es nuestra especie. Es capaz de cometer las peores atrocidades y las mayores heroicidades sin que a simple vista pueda advertirse quiénes entre nuestros conocidos, son los que se transformarán en miserables carroñeros y quiénes en héroes admirables. Son cosas que no se descubren a menos que estés enfrentado a instancias semejantes d la peste negra, o peste bubónica.

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No vayas a creer que ya no existe… cada tanto aparece algún brote. Pero ahora se sabe como vencer a la enfermedad. Ahora, si querés creer que los pecados te pueden enfermar, podrías no estar equivocado.

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Bubónica es un nombre que le viene mejor, pues todas las formas de la enfermedad se caracterizaban por la inflamación de nódulos del sistema linfático, acompañadas por supuraciones y fiebres altas. Al ganglio linfático inflamado lo denominaban bubón (también carbunco), y de ahí el nombre. Esta era la variedad más frecuente, pero estaba la septicémica cuando la infección pasaba a la sangre, se diseminaba y se manifestaba como manchas oscuras en la piel. De ahí lo de “peste negra”. También estaba la variante neumónica, que afectaba al sistema respiratorio. De la peste bubónica te podías escapar si tenías suerte, pero la septicémica y la neumónica te llevaban a la muerte segura.

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El colmo de la paradoja: la tétrica figura medieval es ahora uno de los disfraces más comercializados para el carnaval de Venecia, una de las ciudades que más padeció la peste. Ahora, paradójicamente todas estas festividades están suspendidas.

Nuestro tema de hoy no es la enfermedad, sino los médicos que luchaban contra ella y los extraños y casi patéticos intentos que hacían para no contagiarse. Por eso la foto de ese pico parecido al de un ave de rapiña, cuya presencia invocaba la muerte a cualquier paciente. Pero hablemos un poco de las víctimas, que fueron unos 200 millones en varias oleadas. ¿Cuántos murieron por la peste, cuántos de hambre por la brutal desorganización social, cuántos fueron dejados entre los muertos cuando quizás solo tenían un resfrío; cuántas otras atrocidades desconocemos? En 1348, cuando apareció el primer brote de la pandemia, se estima que murió entre el 60% y el 80% de la población de Europa. ¿Estás leyendo con atención? ¿Te das cuenta de la monstruosidad de ese dato?

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Nosotros estamos vivos de milagro, porque algún ancestro en el árbol genealógico tuvo mucha suerte. Tres veces una población como la que tenemos ahora, con sus respectivos Einstein y Borges malogrados, desapareció de la faz de la tierra cuando el mundo estuvo tan superpoblado como para padecer pandemias o guerras atroces, tal como predecía Malthus, que no era ese mal tipo que aseguran los partidarios de que las mujeres engendren como conejas, sino un sacerdote piadoso pero científico, que estudió los límites de la demografía y alertó de los riesgos de la superpoblación. Los cálculos estaban bien… pero no previó los avances de la agricultura, capaz de alimentar más gente de lo que se creía.

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Los microbios no se conocían y la superstición se superponía a la investigación, de manera que hasta las academias explicaban la aparición de la peste a cosas tan disparatadas como la conjunción de los astros y la mala reputación de Marte, Júpiter y Saturno.

Aunque no conocían la causa, les quedaba claro el contagio, directo o indirecto. Aunque fueras sacerdote o noble, la podías contraer, no era un padecimiento exclusivo de los pobres… pero si no estabas en contacto con enfermos, era probable que no la padecieras. De manera que los médicos para atender a los enfermos debían vivir aislados del resto de la población y despedirse de sus familiares y amigos. Esa terrible exigencia era compensada con un contrato que les brindaba salario y regalías, a cambio del riesgo que tomaban y los perjuicios que sufrían.

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Dos imagenes de El triunfo de la muerte, una obra en la que Brueghel aprovecha para colar el concepto de igualdad: ni el dinero ni el rango de realeza te salvan de la muerte, la verdadera triunfadora en todas las batallas.

De ahí sale la muy injusta leyenda de que esos médicos se dedicaban a los enfermos solo por lucro, no por solidaridad. Pues bien, eso es una ingratitud intolerable, por más que quizás algunos lo hicieran por interés. De manera más reciente, en la epidemia de peste amarilla que azotó Buenos Aires, varios de sus médicos más afamados (y de buena posición económica), se quedaron en la ciudad, atendieron a los enfermos… y sufrieron su misma suerte. Es decir, murieron, a diferencia de la sobrevida que disfrutaron otros médicos que huyeron. A mi manera de ver, sin enjuiciar a los que pusieron a salvo sus familias, los médicos que se quedaron no tuvieron todo el reconocimiento que merecían. (http://viajes.elpais.com.uy/2015/04/04/sobre-la-sensibilidad-y-la-fiebre-amarilla/)

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Muchos de esos médicos tomaron precauciones para atender sus pacientes. Se vestían con una larga túnica de cuero, guantes y sombrero de ala ancha. En su mano llevaban un bastón que usaban para remover pacientes evitando en lo posible el contacto físico pero lo más sorprendente es el segundo uso que tenía ese bastón. Muchos pacientes entendían que estaban sufriendo un castigo de Dios por sus pecados y entonces le pedían al médico que les pegara con ese bastón como parte de su arrepentimiento. Y antes de divagar sobre los disparates que eran capaces de creer los ignorantes medievales, considerá a esas multitudes que llenan ciertos cines montevideanos para tratar de conseguir algún milagro por el módico costo de una limosna a la religión que sea, porque aunque parecidas, hay varias y alguna puede ser muy sincera. Y no podés hablar de ignorancia, en estos tiempos en que el ser humano está comenzando a conquistar el espacio y a develar los misterios de nuestra constitución genética.

Médico de la peste

Pero lo más característico del uniforme del médico de la peste, era la máscara con su largo pico aviar. También tenía cristales para proteger los ojos y el galeno respiraba a través de ese pico para filtrar las miasmas, malos olores… o lo que fuera que andaba en el aire o en la proximidad de los agonizantes pacientes. También los protegía de los frecuentes estallidos de las pústulas bubónicas. En el pico se ponían y se renovaban con frecuencia, trozos de ámbar gris, hojas de menta, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor, clavo de olor y todo lo que al médico le pareciera que podía neutralizar toda esa maldad que había en el aire.

Será extraña, exagerada y tétrica, pero si lo pensás mejor, resulta que esa máscara equivale al tapabocas que hoy usan todos los profesionales de la salud, para protegerse de los pacientes y para proteger al miso paciente de los gérmenes que ellos pueden portar inadvertidamente. De los guantes de goma te digo lo mismo. Nostradamus fue uno de esos médicos de la peste e hizo escuela con sus consejos a los colegas, que consistían en eliminar los cuerpos infectados, no practicar sangrías, respirar aire fresco, beber agua limpia y un jugo preparado con el fruto de la rosa silvestre que por acá llaman “rosa mosqueta”. Esta última precaución quizás no sirva para nada (¿lo habrán investigado?) pero todo lo demás podría aconsejarse hoy ante una pandemia inicialmente inexplicable, de la cual no estamos a salvo por más segundo milenio en que vivamos.

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En todo caso, era más atinado que otras recetas de la época, como poner sanguijuelas en los bubos, practicar sangrías y otros mamarrachos. Médicos y pacientes estaban sometidos a cuarentena; es decir, no podían volver a una vida normal hasta que transcurrieran cuarenta días sin dar señales de contagio. El “uniforme” había sido inventado por Charles de L’Orme en 1619 y se utilizó por primera vez en París, antes de difundirse por toda Europa. Aclaremos que se usó mucho, pero hubo médicos y jerarcas que no adhirieron al invento. Si hubieran sabido que el mal era propagado por una pulga que portaban las ratas infectadas, se hubieran ahorrado tanto esfuerzo que, sin embargo, era útil para otras enfermedades de la época.

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Venecia fue una de las ciudades donde adquirió más y más tétrica fama el uniforme de los médicos. También fue una de las ciudades más castigada por la peste y de más aterradoras prácticas para desprenderse de los enfermos. Bastaba que alguien estornudara para que lo embarcaran junto con moribundos hacia la isla Poveglia y otras de la Laguna de Venecia, donde los abandonaban para que murieran en el más atroz desamparo. Quizás fue por esa falta de misericordia que de los dieciocho médicos contratados, en 1348 solo quedara uno. Doce desaparecieron y no se descarta que hayan huido empavorecidos, en tanto que los otros cinco habían muerto. (http://viajes.elpais.com.uy/2014/04/26/poveglia-la-isla-aterradora/).

En realidad, como anticipo más arriba, todas las teorías eran falsas. A la peste la causaba (según las fuentes más aceptadas), la bacteria Yersinia pestis, un inmundo microbio frecuente en las ratas y ratones a quienes los infectaron ciertas pulgas. Cuando las ratas escasean por la mortandad que provoca la peste también en ellas, las pulgas buscan otras víctimas como el ser humano. De manera que ni los humores malditos, ni las conjunciones de astros y menos todavía, la maldad de los judíos y los herejes, tenía ninguna relación con la enfermedad.

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Entonces, los progromos contra judíos tampoco sirvieron para controlar el mal. Pero ya fuera porque lo creyeran, ya porque les venía bien para dar la sensación de que se estaba haciendo algo, las autoridades religiosas y civiles promovían la persecución de la población judía, acusándolos de envenenar los pozos de agua o de haber traído la enfermedad. Matar judíos, incluyendo madres y niños, no controlaba la peste… pero enriquecía a los hijos de puta que promovían estas acciones y se apoderaban de los bienes de los exterminados y hasta torturados. La maldad siempre es ingeniosa.

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Lo que parece demostrado, es que la peste no era oriunda de Europa sino de Asia. Los primeros registros de la Gran Peste (no las anteriores ni las posteriores) datan de 1320 en el desierto de Gobi por donde pasaban las caravanas de la ruta de la seda. En 1331 la epidemia estalló en China luego de inundaciones que deben haber movilizado a las poblaciones de roedores. Al extremo oriental de Rusia llegó en 1338 y en Europa se la detectó en 1346. A Venecia y Florencia llegó a través del comercio, de tal manera que a partir de 1348 la plaga parecía imparable, era el Armagedón, un nuevo castigo divino que acabaría con la pecadora humanidad, sin que se salvaran ni papas ni monarcas.

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Si hubieran tenido un poco más de objetividad y un poco menos de avaricia con los bienes de los judíos, podrían haber concluido que ellos no podían ser causantes de todas las plagas que cada tanto asolaban Europa, como la gripe, el sarampión, la lepra, la gripe y la sífilis. Con un poco más de inteligencia y un poco menos de superstición, habrían concluido que la higiene corporal, medidas urbanas contra el hacinamiento y la pobreza y una buena alimentación, mejoraban sensiblemente las condiciones de las multitudes. Faltaba bastante tiempo antes de que Pasteur, Spallanzani y Koch le explicaran a la humanidad que esos microbios recién descubiertos en su tiempo eran los culpables de estas y tantas otras enfermedades.

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Un progrom contra judíos en Viena. A los que no asesinaban, los condenaban a pagar tributos leoninos, con lo cual quedaba en evidencia el verdadero propósito.

El tema da para muchísimo más. Se puede analizar desde el punto de vista médico, social, religioso, filosófico y moral. En este sentido recomiendo el impresionante estudio de López Jara denominado “La Peste Negra”, cuya url pongo al final. Uno de los aspectos que no trato y él lo hace en abundancia y claridad, es el de los flageladores (otra de las variantes de las culpabilidades y las recetas), las inmundas técnicas para apoderarse de los bienes de los judíos, a quienes torturaban hasta que confesaban que venían desde Toledo con la plaga guardada en bolsitas para luego tirarlas en las fuentes de agua de las ciudades.  Y muchos etcéteras que te hacen querer más a los perros, luego de que sabés estas cosas de los seres humanos.

¿Querés un último dato horrible de la historia? Más de una vez, un ejército sitiador arrojó cadáveres apestados con las catapultas, por encima de las murallas de ciudades donde la enfermedad todavía no se había manifestado.

Guillermo Pérez Rossel

 

https://es.wikipedia.org/wiki/M%C3%A9dico_de_la_peste_negra

https://es.wikipedia.org/wiki/Peste_negra

http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-peste-negra-la-epidemia-mas-mortifera_6280/2

http://www.vallenajerilla.com/berceo/lopezjara/muertenegra.htm

https://en.wikipedia.org/wiki/Yersinia_pestis

https://en.wikipedia.org/wiki/Bubonic_plague