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Cuando Punta Ballena era de pocos

Este es un viaje entrañable a la juventud. ¿Qué recordarán los jóvenes de hoy cuando tengan nuestra edad?

Los recuerdos de Alberto Moroy, más joven que yo, se entremezclan con los míos a pesar de que él era de Carrasco y yo de Colón. El lector quizá sepa perdonar lo que puede interpretarse como una disgresión y salida de tema, pero viene al caso pegando algunos saltos temporales. Alberto escribió sobre sus recuerdos e hizo aflorar  los míos, que traigo a colación al final de su artículo. Refieren a la desértica e imponente Punta Ballena de los años 50 y 60, quizás un poco más. Ambos íbamos allí de manera algo diferente, pero a dedo o como fuera, para descubrir paisajes, personajes y hasta medusas gigantescas.

Francamente no teníamos tiempo ni ganas de andar de madrugada con una caja de vino áspero. No es que uno sublime su propia juventud, ¿pero cuáles serán los recuerdos de esta generación cuando lleguen a nuestra edad? ¿Bastará una borrachera o la ilusión de un nuevo juego Wii o algún faso compartido? ¿Nosotros éramos unos nabos y ellos son los vivos como nos quieren hacer creer?

Lo primero que viene a la mente es que esa generación que nos preocupa quizá sea notoria, pero no mayoritaria. Sin estridencias ni hacerse ver, por allí estarán los que en un garage inventarán otro Microsoft o los que en este momento están levantando un ranchito que luego será otro Casapueblo. Porque en nuestra generación también estuvo el «Cacho» aquél que mató a un bombero dicen que «para ver qué ruido hacía».

Así se veía el mar desde el acantilado, nada que envidiarle a Ulises aunque sin la amenaza de Polifemo.

Seguro que conocen este lugar, lo que pocos saben es que acá se sacaban los mejores mejillones de la zona y no se porque terminaban en Pirlápolis, tambien estaban las aguas vivas mas grandes que e visto por estos pagos. Cuando las tenias arriba arriba, te ardía hasta «el apellido»; sus filamentos urticantes medían al menos un par de metros, lo que nos obligaban a bucear con pullover de lana, no es broma ni exageración. Por aquel entonces teníamos solo una escafandra marca Funsa y patas de rana haciendo juego; ese era todo el equipo.

Ubicacion foto de la portada 34°54’56.43″S 55° 2’48.97″W

La primera vez que fui a Punta Ballena debería ser por el año 1958. La excursión familiar llevaba todo el dia, la ruta interbalenaria no estaba, asi que se viajaba por la 8 y la 9 , lo recuerdo bien pese a que era bastante chico, porque parábamos en un bar sobre la 8 donde habia un cartel que decia «Mosquitos», hoy se que es Soca. Los detalles de como llegamos hasta el lomo de la ballena, se me borraron, si recuerdo que la zona era un páramo, habia una gruta llena de mejillones, (1968 boite Las Grutas) casi sobre el agua y ahi nomás una torre de hierro bastante alta que según me contaron era de Ancap buscando petróleo. Por esas fechas se hicieron los intentos fallidos, que en algunos casos terminaron  en el origen de las aguas termales en la cuencia uruguaya del río Uruguay.

Gruta de los mejillones (Boite las Grutas1968)

La segunda vez fue el verano de 1963 y pese a la corta edad viajábamos a dedo. Salíamos de Av. Italia en Carrasco bastante temprano, hacíamos dedo hasta que el pulgar se acalambraba. Habia llegado el momento de gastar unas monedas y tomarse el ómnibus de Copsa hasta donde llegase. Para el desayuno había alcanzado una media sandia a temperatura ambiente, que vendian en las veredas lo más rápido que se pudiera antes que se estropearan.

Por lo general teníamos suerte y algún camion arenero se apiadaba, llevándonos en la caja sobre la arena, no mas lejos que Solymar. Antes recuerdo hasta haber viajado un trecho en carro, desde ahi otra ves dedo y con suerte llegábamos a Atlántida, la próxima parada era La Floresta, porque el trafico se cortaba ahi.

Para adelante era cuestión de suerte, pocos seguían a Pirlápolis y menos a Punta del Este; asi en esta ocasión nos llevo una señora hasta Sauce de Portezuelo, lo demas fue caminado por la playa, con mochila y un sol que rajaba la tierra, fueron varias horas de caminata, llegamos de color morado. La playa era un desierto, recién algunos bañistas cerca del parador de Solanas.

La casa de mi amigo estaba sobre la playa, edificada sobre un pilote de cemento de 3×3 m. En el primer piso una construccion de madera bien espaciosa con techo a dos aguas y con un balcón de generosas dimensiones, lanzado sobre la arena, casi tocando la playa. El agua estaba a 100 m, lo singular era que a manera de pórtico tenia dos costillas de ballena.

Ubicacion de la casa de Flia. Boccardi 34°53’30.34″S 55° 2’25.94″W

Ahora Punta Ballena es un lujito con ruta panorámica y todo, incluyendo un bruto pleito de la familia Lussich contra el Estado que, en época militar, se le apropió del predio sin resarcir la expropiación… o es lo que dicen.

Al costado, hacia Montevideo estaba la casa de Díaz, creo que era el de los toldos de Maldonado. A unas cuadras en el mismo sentido, el único almacén con telefono. Hacia Punta del Este era todo roca, el camino hacia la punta de la ballena que partía de la ruta, era de balastro y estaba arruinado.

Alguna edificación en la entrada y tambien abajo, la casa de Páez Vilaro debería ser casi un proyecto, auque se por cuentos que la habia comenzado un par de años antes y era de madera. Por las noches entre el calor y los mosquitos costaba dormir.

En la playa unos pescadores tenían su rancho con paredes y techo de lata, sobre una roca, justo donde se acababa la arena, uno se llamaba Toribio y el otro Ferreira o Pereira, los demas no me acuerdo. Este ultimo comandaba la batuta, con el íbamos en su chalana de remos hasta la punta de la ballena (foto de la portada) donde sacaba los mejillones con una cuchara de albañil y una bolsa de arpillera, usando la escafandra Funsa, adosada a una manguera de jardín, por la cual le llegaba el aire comprimido desde un motor destartalado, sobre la chalana. Tan mal andaba que una vez parecía que se apagaba, toque el tornillo para acelerarlo y se apago, abajo se veían burbujas de tamaño considerable. ¡Cómo le iba explicar al pescador que quería acelerarlo y se me apagó! Asi que me senté en mi lugar, con cara de  «yo no fui» y el pobre hombre salio mas colorado que un tomate, estaba a 4 m. de profundidad.

Al regreso remábamos nosotros, eran como 2,5 Km y traíamos ¡600 Kg. de mejillones! No resulta difícil imaginarse el hambre que juntábamos, la madre de mi amigo, de apellido Boccardi cocinaba en la TV donde tenía un programa. En el balcón tenia una campana que hacia sonar para avisarnos que estaba el almuerzo, imagínense ¡toda una bacanal!, ahi descubrimos que era el condicionamiento de Pavlov con la campana excitando nuestras papilas.

Este pescador a quien muchos años despues me lo encontré regenteando las canchas de Volley y cuidando las lanchas en el mismo lugar, llevaba los mejillones a Pirlápolis en una moto BMW con sidecar, algo imponente de ver en la ruta. A la tarde salíamos a caminar y sacar almejas de las que habia en abundancia, llenábamos un balde en poco rato.

En esas recorridas llegábamos hasta hostería/hotel Solana del Mar. Cerca habia una casa que según decian, era toda importada desde las tejas hasta sus vidrios de marca Ray-ban. Su construcción para ese entonces era modernosa. En esa zona todo era distinto, contrariamente a la soledad de la rinconada, aqui habia calles bien delineadas pavimentadas con cemento. El responsable Antonio Bonet, un arquitecto catalán con todos los laureles, seguramente hasta nos cruzábamos con Margarita Xirgu , que veraneaba la vuelta, pero… no sabíamos quien era.

Imagen de previsualización de YouTube
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Postal año1954, hotel «La solana del Mar», alrededor la nada

El texto de la postal:
Querido Ricardo, Hoy inicio el viaje de retorno sin noticias tuyas.No obstante, mi estancia en La Solana del Mar de Punta Ballena, donde las bóvedas a la catalana extienden las dunas del paisaje, sera inolvidable para mi. Un abrazo de tu amigo.

Ubicacion Solanas del Mar 34°53’30.34″S 55° 2’25.94″W

La tercera casa de Fernando Lussich

Un par de años despues (1964) estábamos parando en la casa de Fernado Lussich (tío de otro amigo). Le decian «Fernandito», pese a que ya andaba por los 40 años. Era un personaje de aquellos, la barba le llegaba hasta la cintura, el pelo un poco menos, vestía siempre de carpintero blanco y botas. Además tocaba el violín, su saludo era siempre «bendito Dios o tata Dios». Llevaba siempre un diario para sentarse en los taxis porque decia que asi evitaba el contagio. Creo recordar que tampoco daba la mano por el mismo motivo, sin duda una fobia.

Su casa queda arriba, entre la ruta interbanearia y el camino Lussich, tenia techo de chapa y la rodeaban una cuantas hectáreas (40), adentro parecía una tapera, pero con muebles de calidad aunque ruinosos, alrededor no vivia nadie. Cerca quedaba la casa de Lussich, bastante abandonada por ese entonces. La madre de mi amigo que tambien se apellidaba Lusich de segundo apellido era nieta de Antonio, pasaba las vacaciones de niña en esa casa.

Recuerdo haber recorrido el arboreto, atravesando una portera cerrada con candado, por un sendero casi tapado de vegetación, (probablemente como el de la foto de abajo pero al natural). Adentro algunos árboles como alcornoques (corcho) o pinos chinos, llamaban la atención. Siempre me quedo la duda si la casa que dicen habitó el arquitecto catalán Antonio Bonet no seria esta, porque en su biografía dice «En 1945 se instala en una casita sin luz eléctrica ni agua corriente al pie del arboretum.» Por la zona no habia otra, esta era súper vieja, el techo era de chapas, quedaba cerca del arboretum y por consiguiente de la casa de Lussich, tampoco tenia luz eléctrica.

Ubicacion probable casa Fernando Lussich Punta Ballena 34°53’10.83″S 55° 2’14.64″ W

Vivero /Arboreto Lussich / vista dese la glorieta del arboreto

Fernado Lussich posiblemente era nieto de Manuel, habida cuenta que creo llevaba el apellido Lussich y a Antonio se le murió su hijo, alla por 1927. La casa tenia muchísimas cosas de valor, que por su cantidad y variedad difícilmente pudieran estar en uso en una casa, por lo que podrian tener su origen en parte del el pago de los rescates o simplemente fueron adquiridos en oportunidad de los salvatajes. Vivia con su hermana en Montevideo, en la calle Av.Brasil casi Soca, en una casa antigua.

Adentro parecía un museo, tenia un sótano de generosas dimensiones al cual bajé. Estaba bastante repleto de Limoges y Sevres entre otras prestigiosas marcas. Cada tanto vendía un juego y seguía tirando; su vida era espartana. Su hermana medio mística, había vivido en la India o estado por algún tiempo allí; tenia un aire de estar en el «mas allá».

Ref. fotos www.puntaweb.com/guia/fotos/0203020000_4.jpg

http://www.panoramio.com/photo/22261996

 El extenso escenario de las andanzas de Alberto y el editor, todo a pie… o nadando, y ¡con qué placer! En toda esa zona y de noche, cada brazada era un estallido de luz de las noctilucas.

Los recuerdos del editor. No tenía amigos con casa y no me acomodaba del lado de lo que hoy se conoce como Las Grutas, sino del otro lado de la Punta, en la Rinconada que en aquél entonces era Portezuelo. Llegábamos más o menos como Alberto, pero nos quedábamos a mitad de la subida. Desde allí bajábamos entre espinas de la cruz hasta un escondido mirador entre las dos grutas que espero todavía existan del lado oeste de Punta Ballena.

Una de ellas era bastante profunda y en la entrada tenía como una columna natural, o alguna milenaria estalactita y estalagmita coincidiendo por las gotas perseverantes que caían del techo. Debajo de esa gotera ubicábamos un balde de lona y esa era toda el agua potable que disponíamos. Era suficiente para beber y preparar la comida… si la cuidábamos. Y estaba bien fresca.

Una o dos casitas bastante humildes, eso era todo lo que había en las estribaciones al oeste de la cuchilla. Por allí bajábamos hasta la playa desde nuestras grutas, en busca de almejas que salían por docenas con solo remover la arena. 

Las carpas las acomodábamos arriba de ese arrecife, con una vista que no se podía creer. Hoy creo que es propiedad privada, alguna vez volví, pero nadando; contra toda norma no se podía caminar por el borde del acantilado. En rigor de verdad ya en aquél entonces habían puesto un alambrado cercando lo que hoy es el Club de los Balleneros. Pero no le dábamos pelota ni al alambrado, ni al vigilante que venía a ahuyentarnos con una escopeta de chumbos (suponíamos). También nos amenazaba con dos preciosos doberman que lo acompañaban, pero nosotros boleábamos la pata y seguíamos de largo, tras asegurarle que si nos chumbaba los perros se los matábamos con las manos. Y seguro que se los matábamos nomás, porque éramos tres, pero muy jóvenes, muy entrenados y muy inconscientes. Lo único que queríamos era continuar nuestro camino por el borde del acantilado, con el sagrado supuesto de que el paisaje no se puede privatizar.

Las nuestras eran carpas caseras, pero aguantaban las frecuentes pamperadas del verano. Del otro lado había otra gruta que tenía entrada por el mar y, trepando en la oscuridad, podía llegarse cerca del campamento. No éramos los únicos que acampábamos allí. Escarbando al pie de los árboles encontrábamos calderas y ollas improvisadas y hasta algunos fósforos encapsulados en parafina. Las dejaban para nosotros y nosotros retribuíamos dejando lo mismo y hasta algún sobrante de arroz.

Algunos pescaban, otros salíamos a Portezuelo a recoger esas almejas de las que hablaba Alberto o a arrancar algunos mejillones de las rocas. Un poco de arroz y salsa de tomate los transformaban en un festín. No existían los caldos en cubitos pero conseguíamos unos frascos de caldo granulado y siempre estaba el corned beef y las latitas de paté para proveer proteína convencional. A las galletas de campaña también había que enterrarlas porque merodeaban las comadrejas y algunos otros bichitos con los que convivíamos  en armoniosa competencia. Y yo me sabía todo sobre yuyos salvajes comestibles, como la lengua de vaca.

Hoy, cuando uno ha devenido en viejo achacoso, cuesta creer que uno arrancara nadando desde Portezuelo y le diera toda la vuelta a esa aguja erizada de rocas que es Punta Ballena. Pero doy  fe que lo hacía, todos los años.

Hay una aventura que todavía puede correrse, pero hay que ser buen nadador. Salís temprano en la mañana desde la Rinconada y le das vuelta nadando a toda la Punta Ballena. No parece tanto, pero son más de tres kilómetros en ida y vuelta. La aventurita tiene la incomodidad de que en muchos lugares se hace muy difícil trepar a las rocas para descansar, pero también la ventaja de que no hay mucha profundidad, algo así como dos metros y medio con bastante arena de fondo. Con suerte regresás a tiempo para el almuerzo. No dejes de llevar el snorkel y si te es posible, una cámara fotográfica sumergible. Y estate atento, porque nunca falta un boludo que anda haciendo caza submarina y te lo encontrás de frente apuntando con el rifle de aire comprimido. En serio, a mí me pasó.

Otra cosa que me pasó, fue encontrarme con un desfile de aguas vivas gigantescas, todas ordenaditas como si fuera una parada militar, justo en la línea que separaba el agua fría con una corriente de agua cálida que estaba entrando en la rada desde el norte. Desde abajo, traslúcidas por el sol, eran un paisaje que sobrepasaba la imaginación de Dalí. Y danzaban armoniosamente como animadas por una música que sólo ellas podían escuchar.

A ver si aparece alguien que agregue sus recuerdos a los de Alberto y míos. Si hay buena onda, en algún momento les cuento cuando fui caminando por la playa desde Montevideo a Punta del Este. Era cuando los muchachos ni sospechábamos que un día habría pasta base y nos entreteníamos con esas cosas. Seguro que también ahora hay muchachos así y mucho mejores que nosotros, pero ¡qué poco ruido hacen y qué poca repercusión mediática que les dan!