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25 de agosto, el magnicidio de Idiarte Borda, 120 años de misterio

p (97)

Prolijo y profuso compilador, Alberto Moroy me amenazó varias veces con un artículo como éste. El estruendo de las caballerías y el entrecruzar de lanzas coloradas y blancas todavía acompañan insomnios y rencores uruguayos. Por eso me resisto a estos temas de imposible objetividad para muchos.

Pero el editor tampoco se puede poner en censor y quitarle a Alberto su derecho a exhibir el resultado de su trabajo. Como él bien dice, si el asesinato de Idiarte Borda hubiera ocurrido en otras latitudes, Hollywood le hubiera dedicado una superproducción. Acá nos contentamos con una breve reseña… aunque proveniente de la pluma de Jorge Luis Borges, quien según Moroy, tampoco se salvó de la subjetividad. Como verán, el autor se abstiene de juicios de valor y elige proveer abundantes documentos e información para que sea el lector quien arriesgue opinión.

En fin, en la distancia nos parecerá al menos extraño que algunos medios de ese entonces se ensañaran sin disimulo contra el asesinado, mientras otros resaltaban la obra pública realizada, como el inicio del nuevo Puerto de Montevideo, la fundación del BROU, la nacionalización de la energía eléctrica y la creación del Ferrocarril del Oeste. Sorprenden en cambio los elogios hacia quien lo asesinó, así como la propuesta de que lo dejaran libre con un disparatado argumento. No ocurrió, tuvo que ir a  la cárcel… pero a su salida lo esperaba un empleo público. Uruguay estaba naciendo a la democracia y ese proceso fue cruento en todas las latitudes. Quizás lo más atractivo de esta nota resulten los comentarios que suscite, siempre que sean educados y bien intencionados.

Por Alberto Moroy     

A juzgar por las notas periodísticas de época, el magnicidio del presidente uruguayo Idiarte Borda acaecido en el 25 de agosto de 1897, solo le preocupó a su familia. Era un tiempo donde sin muchos miramientos, se practicaba aquello de que “el fin justifica los medios”. Los unos y los otros por diferentes motivos les servía sacárselo de encima. Para situarse en la época nada mejor que una nota aparecida en el diario El Dia unos años antes del magnicidio de Borda en relación al atentado de Máximo Santos, considerando al victimario casi como un héroe por haberlos librado de semejante tiranía. Hoy después de 120 años y gracias a la genealogía, desentrañaremos la madeja que envolvió a este “este lobo” solitario llamado Avelino Arredondo. Procuraremos descubrir quienes fueron los posibles autores intelectuales, a quienes les servía la desaparición de Borda y el porqué de la “connivencia de conciencia” de la clase política.

Del recopilador

El magnicidio de Idiarte Borda tiene todos los requisitos para una buena película si no fuese porque ocurrió en Uruguay, donde la baja masa crítica poblacional, los intentos de olvido, sumados a una desinformación manifiesta de todos los actores políticos de aquella sociedad, hasta de Borges en su ficción de Avelino, cuando no podía desconocer la verdad, siendo que Melián Lafinur, el abogado de Avelino Arredondo era su tío, con el que mantenenia una buena relación cultural y familia. Melián Lafinur fue subordinado del General Juan Miguel de Arredondo, padre de Avelino Arredondo (el asesino) en la Batalla del Quebracho. Lo notable es que después de 120 años a nadie se le ocurrió hurgar en la genealogía para desentrañar quién era Avelino y su mundo de relaciones.46359eb6-d18b-485c-9ab4-5ff9d8816889-2

Avelino Arredondo García y su familia

 

Antecedentes asesinato de Borda: La Batalla del Quebracho

Si bien Máximo Santos  integraba el partido colorado, era independiente y debido a ello no contó con ningún apoyo corporativo: se enfrentó a la Iglesia, a los masones, a los aristócratas (doctores) y a la oposición, e incluso a sectores de su propio partido. La gran «reelección» de Santos era resistida por partidarios de los tres partidos existentes entonces, que se levantaron en armas el 30 de marzo de 1886. En Buenos Aires se creó una «Junta Revolucionaria» con representantes de los tres partidos. Por el colorado actuaba Lorenzo Batlle, por el Partido Blanco actuaba Juan José de Herrera y por el Partido Constitucional Martín Aguirre. También participaron Gonzalo Ramírez y el coronel Gaudencio, Jefe Político de Montevideo durante el gobierno de Pedro Varela. Entre el 30 y el 31 de marzo se llevó a cabo la batalla, por unos denominada del Quebracho, y por otros de Punta de Soto. Los revolucionarios fueron aplastados por las fuerzas gubernamentales leales a Santos al mando de Máximo Tajes. Los revolucionarios sufrieron 200 muertos y más de 600 prisioneros.

Revolución del Quebracho

 

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No tuvo carácter partidista. Fue una rebelión del legalismo contra el militarismo. El enfrentamiento fue llegando de manera cada vez más inevitable. Por un bando estaban Francisco Antonio Vidal, nuevo senador del artificialmente creado departamento de Flores, preparando sin pudores la continuidad de Santos. Por otro lado, la Junta Revolucionaria actuando en Buenos Aires con representantes de los tres partidos a su frente: con el colorado Lorenzo Batlle, con los blancos Juan José de Herrera y Martín Aguirre, con el constitucionalista Gonzalo Ramírez y con presencia del Coronel Gaudencio, Jefe político montevideano de Pedro Varela en los primeros años del proceso dictatorial. Los preparativos los realizaban en varios sitios, entre ellos una barraca ubicada en la calle Paraguay al sur. Participaban los generales José Miguel Arredondo, Lorenzo Batlle y Enrique Castro.

Los acompañaban, entre otros, José Batlle y Ordóñez, Luis Michaelsson, Joaquín Requena y García, Juan José de Herrera, los hermanos Vázquez, los hermanos Ramírez, Luis Melián Lafinur, Daniel Muñoz (Sansón Carrasco), Justino Jiménez de Aréchaga, José Zorrilla de San Martín, Claudio Williman, Juan Campisteguy, José Sienra Carranza, Rufino T. Domínguez, Eustaquio Tomé, Luis Arroyo, Martín Aguirre, Aureliano y Luis Rodríguez Larreta, Justo y Carlos Gaudencio, Juan Pedro Salvañach, Cipriano Herrera, Jerónimo Amilivia, Juan Manuel Puentes, José Visillac, Laudelino Cortés, Julián Urán, Juan A. Estomba, Martinera, Juan A. Smith, Felipe D. Segundo, Escolástico Imas, Nicanor Galeano, Pablo Ordóñez y Teófilo Gil.

Dos hombres claves en el magnicidio de Borda

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Caricatura de Luis Melián Lafinur por Charles Schütz 1890 / José Batlle y Ordóñez

 

Luis Melián Lafinur

Luis Melián Lafinur (10 de enero de 1850 – 27 de febrero de 1939) fue un jurista, ensayista, diplomático, profesor y político uruguayo. Obtuvo su título de abogado en la Universidad de Buenos Aires en 1870. Participó en dos alzamientos armados: la Revolución del Quebracho en 1886 y nuevamente en la Revolución de 1904. Conjuntamente con Carlos María de Pena fundó la Unión Liberal en 1891 Representó a Uruguay en la Conferencia Panamericana de 1906 en Río de Janeiro, y al mismo tiempo fue nombrado Ministro Plenipotenciario ante los Estados Unidos, México y Cuba. Fue padre del poeta y crítico argentino Álvaro Melián Lafinur y tío del escritor argentino Jorge Luis Borges, quien lo nombra en su cuento Funes, el memorioso y en el poema El puñal (El otro, el mismo; 1964).

Como su “sobrino”, Melián admiraba las letras anglosajonas; como aquél era poeta y odiaba a José G. Artigas, a Rosas y a todos los caudillos de raíz federal. Como Borges, su padre y su abuelo, también cuando Melión Lafinur llegó a la madurez, padeció la ceguera. Este abogado, político y escritor fue el responsable de un agresivo folleto publicado unos días después del suceso sangriento del ’97, en el que abominaba de la “presidencia grotesca de Juan Idiarte Borda (plena de fraudes electorales, subvenciones de teatros, abuso de eventuales, emisiones de deuda y demás desórdenes y vergüenzas). Es evidente que Borges supo esta historia de boca del notable pariente uruguayo, muerto en 1939 cuando su “sobrino” ya había cumplido los cuarenta años.

Avellino Arredondo – Jorge Luis Borges

https://cuentoosraandom.blogspot.com.ar/2017/01/jorge-luis-borges-avelino-arredondo.html

 

José Batlle y Ordóñez

Hijo del presidente Lorenzo Batlle y de Amalia Ordóñez. En 1871 comienza su carrera periodística, la cual estuvo asignada desde un comienzo por las críticas a los gobiernos dictatoriales de Latorre primero, y de Santos después. Este posicionamiento político le causó detenciones y cárcel en varias ocasiones. Pertenecía a un sector minoritario del Partido Colorado, y fue propuesto como una figura de mediación a la presidencia, la cual asumió en 1903.

Fue fundador del el diario El Día, desde donde se dedicó a criticar a ciertos sectores del gobierno que él consideraba despóticos. Su dura oposición a la gestión del gobierno del general Máximo Santos le valió algunas detenciones en la cárcel, debido al alto contenido filosófico y provocativo de muchos de sus discursos. Asimismo participó en la Revolución del Quebracho en contra de este presidente, y en este marco fue hecho prisionero y encarcelado en Palmares de Soto en 1886.

General Avelino Arredondo (Padre de Avelino Arredondo García)

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General Roca y Arredondo, caricatura de 1874, el tucumano tiene enlazado a Arredondo,

 

Arredondo 12 años antes del Combate del Quebracho

https://www.lagaceta.com.ar/nota/612076/sociedad/viejo-amigo-derrotado.html

 

José Miguel Arredondo (Canelones, Uruguay, 1832 –Buenos Aires, 20 de septiembre de 1904) fue un militar uruguayo de larga carrera en las guerras civiles argentinas y en la Guerra del Paraguay. También luchó en la frontera con los indios, y dirigió una fracasada revolución contra el gobierno uruguayo en 1886..

Jose Miguel Arredondo

https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Miguel_Arredondo

 

El general Arredondo Batalla del Quebracho (relato de época) 

“Llegaba el momento final: el general Arredondo seguía sereno y sin moverse del lado de su guardia vieja. Domínguez y sus compañeros hacían lujo de su valor estoico. A pesar del esfuerzo de todos, la tristísima tragedia, tocaba a fin. El general Jose Miguel Arredondo, pegando levemente con el látigo en el pescuezo de su caballo, iba paso a paso. Me pareció que buscaba la muerte. Se lo dije a Busto. Los fuegos nos acosaban por todas partes, y cargas de caballería amagaban por los flancos. El general había dicho: “Pelearé con mi guardia vieja”. Y allí estaba, en los últimos restos de la juventud de Montevideo. Hubo un momento, a las cinco de la tarde, en que el combate por nuestra parte era definitivamente individual. A las cinco y cuarto por reloj, cesó el enemigo su fuego, cesando los nuestros también,

“Le tocó a la juventud de Montevideo, el honor de hacer los últimos disparos en aquella jornada en que se supo morir. Con el último disparo se hizo en derredor del campo un silencio profundo. De repente dice una voz: “General, parlamento por el flanco izquierdo”. Miramos, no vi bandera blanca alguna, pero sí un hombre que con el sombrero en la mano nos llamaba. Entonces dijo el general Arredondo: “¿Quién va a recibirlo?”. “Yo, señor”, dijo uno de sus ayudantes. “De ninguna manera”, contestó el general; “mande aquel paraguayo”, señalando a un sargento del comandante Martínez que estaba allí cerca. El paraguayo, viejo soldado, sacó su espada y se dirigió hacia el hombre que nos llamaba. Volvió en seguida y dirigiéndose al general le dijo: “Que se rinda, general, dice aquel hombre”. “Yo no me rindo”, dijo el general Arredondo, y dirigiéndose a sus ayudantes les dijo tranquilamente: “Vamos”. Estos fueron los últimos momentos del general Arredondo en el campo de batalla. Se retiró cuando estaba disperso, cuando ya no se moría ni se mataba.

Testimonio 

“Por el camino, cuando las caballerías se desbarrancaban sobre nosotros, dijo: “Atajemos aquellas caballerías y vámonos a Tacuarembó- Jamás he visto una tranquilidad semejante. No abandonar el país fue su idea primitiva, aun en medio de aquel desastre y perseguido a pocas cuadras. Seguimos juntos un trecho largo, pero mi caballo se me echó y me sacaron casi de su lado. No lo vi más. Siento, permítaseme esta expansión, no estar a su lado compartiendo su creación y su pobreza. Levantemos, Daniel (?), el espíritu sobre todas las miserias de la vida política; opongámonos con nuestros débiles medios, a que se estruje la reputación de los que ayer jugaron su vida y su porvenir por la salud del país. No es justo, no es digno que para el camarada caído seamos despiadados porque fue vencido. El vencedor nos observa., ríe, y hasta ha de compadecernos. Creedlo. Juzgar de las actitudes intelectuales o militares de un hombre, e* lícito, admitido, todo lo que se quiera, que no es un crimen el carecer de ellas, pero no empecemos a tirarnos barro al rostro cuando menos sea por respeto a nuestros muertos del combate, por los ciudadanos que agonizan y por el honor de la causa vencida. Al hablar así quiero referirme a los generales Arredondo y Castro, objeto de ataques personales, personalísimos.

El atentado a Máximo Santos

A pesar de la victoria en el campo de batalla, el gobierno no pudo revertir su impopularidad. El 17 de agosto de 1886 Santos fue invitado a una función de gala con la artista lírica Eva Tetrazzini, que protagonizaba la ópera La Gioconda, de Amilcare  Ponchielli. Cuando Santos iba a ingresar en el teatro, el teniente Gregorio Ortiz le disparó un tiro a quemarropa, destrozándole el rostro, pero salvó su vida. Ortiz intentó huir a pie pero al verse acorralado se suicidó pegándose un tiro en la cabeza. Luego de este episodio, Santos convocó un «gabinete de reconciliación» pero con su salud quebrantada, renunció para trasladarse a Europa en busca de tratamiento médico. Fue sucedido por Máximo Tajes.

Diario El Dia 18 de agosto de 1886

Gregorio Ortiz y el coronel Galeano: «La Nación» publicó hace tres o cuatro días un reportaje referente al agresor del general Máximo Santos y en el cual se reproducían algunos diálogos sostenidos entre el alférez Ortiz y el comandante oriental don Juan Francisco Mena. En el mismo reportaje se decía que el agresor de Santos había hablado también, poco antes de embarcarse para Montevideo, con el coronel don Nicasio Galeano, uno de los principales jefes del gobierno oriental, que actualmente se encuentra en Buenos Aires a causa de haber tomado parte en la última revolución. Desde ese momento acariciamos la idea de celebrar una entrevista con el citado jefe, a fin de tomar datos sobre el asunto. Nos trasladamos a la capital y tuvimos la fortuna de obtener sin dilaciones la conferencia que solicitamos. -¿Es cierto, coronel -le preguntamos que el alférez Ortiz, heridor de Máximo Santos, conversó con Ud. pocos días antes de embarcarse para Montevideo?

El coronel don Nicasio Galeano 

El Día 11/ 6/1886  del Corriente se presentó en el Hotel Argentino, preguntando por mí, un hombre joven, bajo, trigueño, de bigote y cabello crespo. Yo me encontraba en compañía, en ese momento, del coronel Eduardo Vázquez~ y del comandante Pablo Ordóñez, que habían llegado de Entre Ríos y se alojaban en aquel hotel. Le pregunté qué deseaba, y entregándome una tarjeta de un amigo mío, me dijo que tenía interés en hablarme. No es éste mi domicilio, le dije: puede Ud. pasar por mi casa y hablaremos. ¿Quién es Ud.? Gregorio Ortiz, ex-oficial del ejército oriental, me contestó, retirándose enseguida. Al día siguiente, a la hora que le había indicado, se presentó en mi casa. Debo confesarle que aquel hombre no me inspiraba gran confianza, ya que anteriormente lo habíamos juzgado de un modo poco favorable con Vázquez y Ordóñez. Tenía algo de extraño en la fisonomía y su mirada y su ademán no parecían de un hombre en el perfecto goce de sus facultades mentales. Después de unos instantes de silencio, empezó diciendo que tenía que darme cuenta de un plan importantísimo que, realizado con éxito, haría la felicidad de nuestra patria. Dijo que me conocía de nombre, que tenía confianza en mí, etc., y después de algunos rodeos, concluyó diciéndome: -Coronel: ya los orientales no tenemos más camino que matar a Santos. Las revoluciones, si no son imposibles, son de éxito inseguro. La patria exige la muerte del tirano… Cuando llegó a este punto le interrumpí, diciéndole que no estando conforme con sus ideas, le rogaba que no continuara.

Entonces le vi entusiasmarse, su fisonomía se iluminó y empezó a gesticular. Desde ese momento comprendí que, o se trataba de un alucinado o de un conversador, y resolví oírle sin dar mayor importancia a sus palabras. Lo dejé hablar. Expuso varios planes que según él debían concluir con Santos; y como viera que yo no participaba de su entusiasmo termino diciendo con cierto disgusto: «Y en el último caso, si todos esos proyectos fracasan, yo le aseguro, coronel, que iré personalmente a levantarle la tapa de los sesos a ese asesino; y realizado este acto patriótico tendré valor bastante para suicidarme antes de caer vivo en poder de mis perseguidores» Al decir esto se mostraba sumamente excitado, con las mejillas encendidas y la mirada centelleante. Cuando se retiró sus últimas palabras fueron más o menos las siguientes: -De todas partes me rechazan; pero yo les voy a dar la prueba más grande de valor y patriotismo. Espere, coronel, hasta el 25 de agosto. – ¿Y después no volvió a verlo? -No, señor. A los cuatro o más días llego la noticia de la tentativa contra Santos y del suicidio del desgraciado Ortiz. Estos fueron los datos que el coronel Galeano tuvo la amabilidad de facilitarnos

Apología a Gregorio  Ortiz, el que atentó contra Santos (Diario el Dia)

Para una tiranía, para una degradación a la antigua de la humana estirpe, era necesario, también un hombre forjado a la antigua. Apareció Gregorio Ortiz, el joven teniente, el. Haristogiton  el Harmodio, el Bruto uruguayo. Él ofreció su sangre a cambio de la que abundantemente se hubiera derramado más tarde. Y la tiranía cayó de una manera incruenta… ¡con una sola víctima! Gracias a él podremos decir con orgullo que hemos luchado por nuestra libertad en todos los terrenos cerno el griego y el romano, y que no en balde dictaron nuestros padres, para que fuera cumplida por sus hijos, la ley que dice: Y hallarán los que fieros insulten la grandeza del pueblo oriental, Si enemigos, la lanza de Marte, Si tiranos, ¡de Bruto el puñal!

Avelino, un nene de pecho y ademas ¡huérfano! (Diario el Dia)

Sin tener las supersticiones de aquellos tiempos queremos anotar, antes de dar al lector la carta del patriota, una sencilla anécdota de su infancia, que da una idea de su carácter y del amor a la libertad que albergó, sin duda, desde sus primeros años en su pecho. Era huérfano  y había crecido hasta los doce años en un hospicio, en que los ritos católicos estaban en auge, como de costumbre. Un día Ortiz reúne sigilosamente a sus compañeros de infortunio y les habla. ¿De qué? De la confesión. No deben confesar; tal es la tesis que sostiene ardorosamente. Él no se confiesa, no se confesará nunca; que cuando algún secreto o alguna duda lo agita, va al pie de la Estatua de la Libertad y encuentra en ella cariñoso confidente y sabio consejero. ¿Con qué ingenuos argumentos convenció Ortiz a sus compañeros? No lo sabemos. Pero es lo cierto que al llegar el día de las confesiones el motín estuvo pronto. Niños de diez y doce años, todos rechazaban al sacerdote; todos querían comunicar a La Libertad sus íntimos pensamientos, todos querían recibir inspiraciones de aquella estatua. La originalidad de aquél motín ha conservado su recuerdo, y nosotros hemos querido referir el hecho, como un indicio más de que la obra de Gregorio Ortiz no fue el resultado de una exaltación del momento, y sí el de una pasión de toda su vida.

Juan Idiarte borda acede a la presidencia

En 1894 logró acceder a la Presidencia por el Partido Colorado. Era miembro del Senado en momentos de elegir el sucesor de Julio Herrera y Obes, en lo que constituyó una de las elecciones presidenciales más difíciles de la historia uruguaya. El 21 de marzo de 1894, después de 21 días de votaciones, resultados y ásperos debates –en los que ocupaba interinamente la jefatura del país Duncan Stewart–, el Senador Idiarte Borda logró 47 votos. Esto es señalado como el primer ejemplo de aplicación de la tesis de «influencia directriz». Asumió de inmediato la Presidencia Constitucional del Uruguay, comenzando un gobierno absolutamente bipolar; donde las dificultades económicas se agudizaron tremendamente por el desorden administrativo, pero donde realizó importantes obras de relevancia.

Los rechazos de las fórmulas de paz por parte de Idiarte Borda, la férrea censura a la prensa, el escándalo que provocó su nombramiento, la corrupción y el despilfarro administrativo, sumado a los sangrientos combates de Arbolito y Tres Arboles, fueron generando una situación política que se complicaba día a día.

La culpa de Borda, La acción del club Rivera ( Diario El Dia I0 de enero de 1897)

¡Honor al señor Idiarte Borda, vindicador del Partido Blanco!     

“La revolución blanca que germina en los vecinos territorios es un fenómeno que puede reputarse como excepcional. Veinticinco años hacía que no se pensaba que una revolución blanca fuera cosa posible y hacedera. Ha sido· necesario que en señor Idiarte Borda ocupara la presidencia de la república y se empeñara, como por deliberado propósito, en abatir y desquiciar al Partido Colorado, para que el blanco haya podido pensar en una revancha.

“Y no decimos que sea éste el peor gobierno que durante ese período haya explotado el nombre de nuestro partido. No. Hay que darles todavía la derecha a la tiranía de Latorre y a la satrapía de Santos; pero aun así, por el conjunto de circunstancias que no es oportuno enumerar, ni siquiera en aquellos tiempos creyó el Partido Blanco que podía levantar su pendón de guerra. Hay en el gobierno del. Señor  lidiarte  Borda algo de mezquino y bajo, carácter distintivo- que parece colocarlo al alcance de todas las manos y de todas las ambiciones, sean o no patrióticas.  Preparado para otras obras parece ser el momento histórico en que el señor Idiarte Borda fue ascendido al poder.

“No mucha, un poco de prudencia, un poco de uno, un poco de patriotismo habria bastado para evitar los extremos a que hemos llegado y conservar el status quo en las relaciones de los dos partidos tradicionales. Y si en vez de un gobernante sin ideas, sin horizontes como el señor Idiarte Borda, hubiera tocado a la república uno de generosas aspiraciones y de verdadero espíritu político, con qué facilidad habrían podido convertirse, en un país tan pequeño y tan fácilmente manejable como el nuestro las guerras civiles en luchas pacíficas alrededor de las urnas, y la inferioridad del partido vencido con respecto al vencedor, en una relación de igualdad ante la ley, dignificante para todos.

“Habría cabido al Partido Colorado la gloria de iniciar la era de la vida institucional y podría dormir tranquilo sobre los laureles conquistados. . . ¡Pero no eran estas cosas para el señor Idiarte Borda! ¿Tiene siquiera el descargo, la circunstancia atenuante, de habernos llevado a la proximidad del desastre persiguiendo, equivocado el camino, otros fines de engrandecimiento del partido y del país? Nada de eso. El Partido Colorado ha sido despreciado y desconocido en sus primeras personalidades. Su voluntad ha sido suprimida. A su cabeza, y como representándolo, se han puesto los hombres más desprestigiados y sobre estos hombres a un señor Irisarri, que lo simboliza todo en cuanto a carencia de merecimientos y títulos

“El país ha sido tratado como tierras conquistadas, sin leyes, sin derechos que inspiraran respeto, sin intereses dignos de salvaguarda. En el gobierno de la república el señor Idiarte Borda ·no ha tenido más freno que su capricho, ni más mira, ni más aspiración que el fomento de sus intereses personales. Y era lo que tenía que suceder. Elegido gobernante contra la voluntad de todos, aun contra la voluntad de aquellos mismos que lo eligieron; mirado por todos como grandemente inferior a la misión que debía desempeñar; resultado, no del esfuerzo de sus parciales, sino del cansancio, del abatimiento y del temor a la derrota; hombre sin patriotismo reconocido, sin servicios, sin antecedentes, sin talento, sin voluntad fuerte, tenía forzosamente que ser no sólo un mal gobernante, sino un gobernante inferior a todos los malos gobernantes que pudieran surgir de su círculo. Era el hijo de un azar adverso a la república… y sus actos lo han abonado después.

“Ahora, sumergidos en un profundo desquicio político y mora por su falta absoluta de miras elevadas, arruinados por su absoluta despreocupación de todo interés que no entrañe un interés personal suyo, nos vemos amenazados además, por un partido fuerte, que suma en sus filas la mitad del país y que se levanta contra nosotros porque en nuestro nombre, sin nuestra formal protesta, se ha colmado la medida de conculcamiento de todos los principios y conveniencias. Irán los guerreros del Partido  Colorado a los campos de batalla, en defensa de su credo, porque al fin si la revolución estalla será necesario recurrir a ellos, y los que caigan heridos del arma enemiga, no dejarán de pensar, si tienen tiempo de hacerlo, que tal no le hubiera sucedido si a la república le hubiera cabido la suerte de tener otro mandatario más amante del bien público, menos  preocupado del bien de su persona. Entretanto y si las cosas van mal, el Sr. Idiarte Borda por un exceso de precaución irá liando sus maletas para hacer, en todo evento, un viaje de recreo a otro continente, donde podrá gozar tranquilo de su sólida fortuna, y contemplar sin remordimiento cómo progresan los pueblos bajo la dirección de gobiernos honrados e ilustrados . . .

¡El mal pide pronto un remedio y es necesario buscarlo!  (El Dia I0 de enero de 1897)

“Montevideo tiene ese defecto: deja siempre una salida al mar. Si no faltase más que un mes, dos meses para la terminación de un gobierno así, P.l Partido Colorado, fiado en su buena estrella -que no lo ha sido tanto en los últimos tiempos- podría dejar transcurrir tranquilo esos días, limitando su acción a su defensa, si fuese atacado; pero falta un año, un año de gobierno del señor Idiarte Borda, en el que el derrumbe de sus energías y de las del país continuará en progresión creciente. El mal pide pronto un remedio y es necesario buscarlo. Una acción moral, prestigiada por el Partido Colorado, y tendiente a señalar al desconceptuado gobernante el camino del deber, puede todavía dar benéficos resultados. El club «Rivera», siempre paladín de las causas justas en los tres años que ya lleva de existencia, ha tomado sobre sí el empeño de congregar a nuestra gran colectividad para que asuma una actitud que la dignifique, librándolo a la vez de responsabilidades que no le corresponden, y que pueda ser al mismo tiempo, base de una acción seria, aplaudida y secundada por todo el país, y destinada a hacer predominar sobre las vergonzantes concupiscencias de tales o cuales individuos, las instituciones y los intereses nacionales.

Borda, primer atentado fallido 

En el mes de abril de 1897, la prensa consigna un primer atentado. “En momentos en que el Presidente descendió del carruaje y entraba en su residencia particular ubicada en la calle 18 de Julio, un joven de nombre Juan Antonio Ravecca colocó un revólver en el cuello de Idiarte Borda, pero el arma no se disparó al trabarse el percutor. Esto permitió al edecán del presidente, coronel Juan Turenne, precipitarse sobre el agresor y lograr desarmarlo.” El agresor dijo ante  el Juzgado  que quería matar al Presidente, porque no hacía la felicidad del país, ni conseguía la paz, ni gobernaba con los dos partidos. Juan Antonio  Ravecca estaba matriculado en el aula de Geografía General de la Universidad. Al tomarse la lista y pronunciarse su nombre hubo aplausos, sin que el catedrático, don Faustino Sayagués Lasso, asumiera alguna actitud. El Presidente de la República se apresuró a destituir al profesor. Ravecca  era menor de edad, no había cumplido 21 años, en el momento del atentado, fue condenado a tres años de reclusión penal. El Tribunal, según consta en las actas de la sentencia, manifiesta: “Que el encausado se encontraba en un estado patológico próximo al desequilibrio de sus facultades mentales, influyendo en su ánimo los sucesos que por ese entonces se desarrollaban en el país”. 

El Magnicidio

El 25 de agosto de 1897  se festejaba el día de la Independencia y el presidente asistió a las celebraciones. Cuando iba al frente de la comitiva, un joven llamado Avelino Arredondo le disparó directo al corazón y el presidente murió instantáneamente. Fue el único asesinato de un presidente en toda la historia del Uruguay.

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Momentos previos al magnicidio frente al club Uruguay 25/8/1897

 

Así lo vio el diario el “Bien Público de Montevideo”, 27 de agosto de 1897

(Fundado en 1878 por Juan Zorrilla de San Martín)

“No habían dado las tres cuando arribó a la Plaza Matriz. El Te Deum ya había concluido; un grupo de caballeros, de militares y de prelados, bajaba por las lentas gradas del templo. A primera vista, los sombreros de copa, algunos aún en la mano, los uniformes, los entorchados, las armas y las túnicas, podían crear la ilusión de que eran muchos; en realidad, no pasarían de una treintena. Arredondo, que no sentía miedo, sintió una suerte de respeto. Preguntó cuál era el presidente. Le contestaron:

— Ése que va al lado del arzobispo con la mitra y el báculo.

Sacó el revólver e hizo fuego.

Idiarte Borda dio unos pasos, cayó de bruces y dijo claramente: Estoy muerto.

Arredondo se entregó a las autoridades. Después declararía:

— Soy colorado y lo digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora, que me juzguen.

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Borda, camino al cementerio

 

Montevideo setiembre. El negro timoteo Nº 16 director y redactor Washinton P Bernudez

http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/26294

Apología a la defensa de Avelino Arredondo

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«Avelino Arredondo, cortó por lo sano y trajo la paz»

 

¿Tenía en la caja?

129.000 mil pesos en oro sellado, cinco mil en efectivo, no nominal, en deuda pública sin contar los bienes raíces y otros valores, aparte de lo que existía a nombre de terceros Era sin dudas un hombre de fortuna, si era lícitamente conseguida nadie lo afirma, si meten la ninguneada para ensanchar la grieta.

Borda ya era económicamente importante

El padre de Idiarte Borda falleció en 1860, con 53 años de edad cuando su hijo mayor tenía sólo 16 años, dejando mediana fortuna, producto de la explotación de sus campos y su saladero. La heredad fue mejorada, y mucho, por su vástago, el futuro primer magistrado, hombre con aptitudes mercantiles y particular habilidad para los negocios. A los negocios rurales heredados del padre, a los que él añadió su participación en la empresa del alumbrado a kerosén de Mercedes, en la pavimentación de las calles y en la industrialización del extracto de carne, pronto pudo agregar, en un escenario más vasto, otras lucrativas actividades de financista e industrial.

Avelino Arredondo no era un lobo solitario

Avelino, no era un lobo solitario como se empeñaron en demostrar la prensa los políticos y hasta Borges aportando humo con su ficción, sino el hijo de un importante militar uruguayo, enroscado en cuanta guerra, batalla o revolución habia a la vuelta. Avelino no era un soñador, actuaba en nombre de los intereses políticos de la época, tal vez con promesas de un mejor futuro que al parecer logro (ver abajo). Cuando sucedió este hecho, su padre el General Arredondo vivía, tenía 65 años y falleció 7 años después en Buenos Aires. Difícilmente no hubiese estado enterado.

¡El asesinato que fue solo un atentado!.

El Fiscal había pedido 19 años de Penitenciaría. Pero el Juez del Crimen redujo la pena a 13 años. El veredicto, de segunda instancia estableció que no estaba probado que el tiro hubiera producido la muerte de Indiarte Borda; que Arredondo había procedido estimulado por el patriotismo y el deseo de prestar un servicio a la patria; que había obedecido a sugestiones populares y a la prensa diaria que señalaba al primer mandatario como dilapidador de las rentas públicas, como conculcador de las leyes y’ como causante de la guerra civil que entonces flagelaba al país. La sentencia del tribunal de acuerdo con ese veredicto, absolvía de culpa y pena al procesado. El jurado de tercera instancia reprodujo las declaraciones del veredicto anterior. Pero esta vez el Tribunal, en vez de aceptar el veredicto como base de su sentencia, empezó por declarar que no era dable a los jurados sacar consecuencias jurídicas de los hechos y menos fijar causas justificadas o atenuantes del delito; que aunque era cierto que no estaba probado ¡que la bala hubiera producido la muerte! del señor Idiarte Borda, Arredondo tenía que ser penado con 8 a 10 años de Penitenciaría como autor de atentado contra la vida del Presidente del la República. Concluía la sentencia, imponiendo a los procesados 5 años de Penitenciaría.

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Causa política Avelino Arredondo ¡¡El tiro no lo mato!!

 

Caras Y Caretas ¿Avelino arredondeo un héroe?

Terminó por fin, la última instancia, con la condena de cinco años de penitenciarla, la ruidosa causa de Avelino Arredondo, matador del presidente oriental don Juan Indiarte Borda. Ha sido esta causa una de las que más han apasionado al pueblo uruguayo, tan afectado por dolorosas vicisitudes en los últimos años. La ofuscación política ha dado contornos de héroe nacional al joven Arredondo, llegando a atacarse los fundamentos esenciales de la justicia social para sostener la inculpabilidad del homicida y demandar su absolución, que estuvo al pique de ser consumada, gracias a la blandura de corazón de los miembros del jurado, cuyo veredicto es un monumento de simplicidad jurídica. Uno de los fundamentos más peregrinos de aquella magna pieza absolutoria, es que no está probado que el presidente Borda haya muerto del balazo que recibió en el corazón.  Recuerda aquello; ¿De qué murió tu padre? ¡Del disgusto de ver que lo estaban ahorcando!

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Dr., D Vicente Barcia, Dr. Emilio J Paz. Antonio P. Piria, Dr. Pedro Estebanet.

Dr. Aurelio Martínez, Dr. Miguel Graffigna, y Dr. Ricardo Scanavino

 

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Se encuentra ya en libertad desde hace algunos días, el célebre protagonista de la tragedia política de 1897, que dio muerte al presidente de la republica uruguaya señor Idiarte Borda en las terribles circunstancias que son conocidas. La causa de Arredondo repercutió  hondamente en todas las clases sociales, habiendo una gran parte del pueblo oriental justificado su proceder, justificación que llego’ al sensacional límite de la absolución por parte de los tribunales inferiores. Avelino Arredondo ha cumplido su condena en la cárcel de Montevideo y es de suponerse que estos años de reclusión habrán influido favorablemente sobre su carácter

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¿Batlle no tuvo nada que ver?

Muchos pensaron, y con razón, que aquel brillante abogado estaba pagado por Batlle. Arredondo purgó cinco años y salió en 1902. Por un ensayo frustrado (Intento anterior), Ravecca salió en 1901. Por un magnicidio Arredondo quedó en libertad un año después. Horas antes que se produjera el crimen, Batlle y Ordóñez escribió un violento editorial en su diario El Día sobre la política del gobierno. Por esta razón, las hijas de Borda lo acusan de encubridor e instigador del asesinato, quienes apuntan, además, que el futuro presidente presionó a los jueces para que absolvieran al inculpado. Las hijas del extinto Presidente afirman, además, que Batlle visitó al asesino en la cárcel y que una vez que Arredondo fue liberado, en agosto de 1902, el influyente político lo hizo emplear en la Aduana. Sabemos por testimonio de un familiar directo de Arredondo que ese puesto fue heredado por el hijo del magnicida, (posiblemente  de nombre Ovidio) quien llegó a ser subdirector en tal dependencia del Estado, pero no pudimos verificar nada porque en la década del veinte los archivos de la Aduana de Montevideo fueron devorados por un incendio