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Morir y vivir en Varanasi

Es una de las siete ciudades sagradas de la India, acá viene la gente no solo a vivir, sino también a morir. Verás cosas admirables y otras que te sacudirán. No juzgues si no quieres ser juzgado.


Por Mariana Lafont / Especial para De Viaje / El Nuevo Día de Puerto Rico (GDA)

En la India, uno de los países más creyentes del planeta, se concentran cuatro de las religiones más importantes: el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Entonces ¿qué mejor lugar para empezar un viaje místico que el corazón de este país? Varanasi, la ciudad sagrada del Ganges -fundada por Shiva hace más de 3 mil años- es meca de devotos, hinduistas y viajeros espirituales.

Según los arqueólogos la ciudad tiene más de 3,000 años de antigüedad y fue un centro religioso dedicado a Suriá, el dios del Sol. Para los seguidores del hinduismo, morir aquí libera del ciclo de reencarnaciones y bañarse en las aguas sagradas del Ganges (pese a la altísima contaminación) purifica a los hombres de todos sus pecados.

De ese modo, muchos enfermos y ancianos deciden pasar aquí sus últimos días en residencias ubicadas a lo largo del río donde empieza y culmina la vida. Geográficamente hablando, el Ganges es uno de los grandes ríos del subcontinente indio con una extensión de más de 2,500 kilómetros. El río nace en el Himalaya occidental y hacia el este atravesando la llanura del Ganges hasta Bangladés.

Nuestra llegada a Varanasi –una de las siete ciudades sagradas de India- fue por tierra, procedentes del vecino Nepal. Habíamos viajado diez horas para hacer los 260 kilómetros que separan Katmandú de Bairahawa, una pequeña localidad ubicada a tres kilómetros de la frontera entre India y Nepal.

Al otro día llovía a cántaros, tomamos un jeep y, entre camiones, barro y animales, pisamos India por primera vez. El entorno era un poco caótico, pero el oficial de migraciones lo primero que dijo al ver mi pasaporte fue “nice picture” (linda foto). En ese momento supe que los indios me caerían bien.

Hecho el trámite, tomamos un bus y en tres horas estábamos en Gorakpur mientras nos íbamos acostumbrando a las penetrantes y curiosas miradas hindúes. Allí (entre más barro y animales) tomamos el último bus que nos llevó a Varanasi.

Éramos los únicos forasteros y el micro iba llenísimo con gente de pie. Las ocho horas de viaje se hicieron muy largas, no por la distancia sino por los obstáculos típicos de las rutas de India: animales, carros, gente y bicicletas por todos lados.

Monje medita ante el Ganges

Varanasi puede resultar desconcertante (y desagradable para la vista y el olfato) para el viajero occidental y para aquel que la visita por primera vez, por ello muchos recomiendan dejarla para el final del viaje.

Pero también es mágica y atrapante y se puede hacer lo contrario, zambullirse de lleno en uno de los lugares más emblemáticos de la cultura hindú. Luego del shock inicial quizás le cueste algunos días aclimatarse a un lugar tan cargado de energía.

En primer lugar, sus calles semejan un gran zoológico de autos, ‘rickshaws’ (taxis-bicicleta), ‘autorickshaw’ (moto-taxi), camiones, carros a caballo, vacas sagradas, monos, cerdos, perros, gente y excrementos de todo tipo. Todos juntos y en el mismo lugar.

Con paciencia y constancia, uno se va abriendo paso poco a poco hasta llegar al río para contemplar las siluetas de los templos al atardecer, mientras las golondrinas van y vienen. Sin embargo, el momento clave es al alba. Cientos de hombres y mujeres se congregan a lo largo de más de cien ghats – escaleras que bajan al río construidas en el siglo XVIII – para las abluciones matinales.

Cada ghat tiene una función específica, como los destinados a los crematorios de Mani Karnika y Harischandra. Lo mejor es levantarse a las 5 de la mañana, ir al Ganges aún en sombra y ver llegar la gente mientras el sol asoma y tiñe todo de rosa con una luz suave y única.

Pese a la impresión que causa la suciedad del agua, el clima que se vive es muy especial. Cuesta expresarlo en palabras y hay que verlo con los propios ojos para terminar de entender por qué a Varanasi se le conoce como “el corazón de India”.

Todo transcurre en silencio. Mientras unos se purifican (siempre vestidos, jamás desnudos), un hombre se enjabona el cuerpo, uno medita en postura de loto, otro se lava los dientes y otros extienden sábanas recién lavadas a secar.

Y, entre tanto, en los botes vamos locales y turistas asombrados observando todo el espectáculo que se despliega ante nuestros ojos. Una de las cosas más impresionantes es la zona de los crematorios -en funcionamiento las 24 horas desde hace miles de años- donde varios cuerpos arden al mismo tiempo hasta quedar reducidos a cenizas que luego serán esparcidas en el río.

Varanasi es un destino de peregrinación

Las cenizas de grandes personalidades como el Mahatma Gandhi y el ex Beatle George Harrison fueron arrojadas a las aguas del Ganges. Por respeto en los “ghats” crematorios nadie saca fotos (o al menos no debería hacerlo).

Entre tanto, detrás de los mismos, por estrechas callejuelas, uno se cruza con procesiones en las que sólo van hombres -las mujeres no participan en las ceremonias funerarias- llevando al difunto envuelto en telas. Luego lo colocan sobre una pila de troncos, rezan unas oraciones con el brahmán y finalmente lo prenden fuego.

Además del Ganges, Varanasi es famosa por la excelente calidad de la seda. A pocas cuadras del río se congregan en el barrio antiguo, los bazares, los talleres, las tiendas de seda y cientos de minúsculos kioscos con los oficios más variados.

La industria de la seda es una de las más importantes de la ciudad

Aunque no compres nada, no dejes de ir a una sedería. Es toda una experiencia. Podrías pasar horas mirando telas y tomando chai, té hindú con leche y azúcar. Al entrar a la tienda debes descalzarte y el vendedor te invita a sentarse en un suelo acolchado.

Enseguida algún empleado le ofrecerá chai y empezarán a sacar tela tras tela mientras se conversa y se regatea el precio que es todo un arte en India. Además de chales y pashminas, hay saris de todo tipo, color y textura.

La tradicional prenda femenina de la India se empieza a usar a partir del casamiento. Este trozo de fina tela tiene una medida estándar de 6 metros de largo que luego se acorta según la estatura de cada mujer. Colocarlo es todo un arte ya que se coloca de manera especial hasta semejar un elegante vestido.