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Carmelo según La Nación

Una cosa es como nos vemos y otra cómo nos ven. Carmelo y el Four Season enamoraron a los porteños; es un destino mejor conocido por ellos que por nosotros. La siguiente es una nota publicada en La Nación (GDA) por Horacio de Dios.

Carmelo es un viaje ideal para un fin de semana largo. Y para otros también. Aunque, por precio, más conveniente es hacerlo en días hábiles, cuando todo es más cómodo y económico por la ley de la oferta y la demanda. Está ahí nomás. En avioneta es un saltito de media hora para aterrizar en el aeropuerto privado. Aunque resulta más grato llegar navegando en el yate de un amigo. O en la lancha de Cacciola, que ahora es un moderno catamarán con duty free incluido; un paseo de poco más de dos horas atravesando las islas del delta de Tigre y los arroyuelos hasta amarrar en Carmelo.

Me fijo dónde está el sol para acodarme frente a la ventana y disfrutar ronroneando la visión de las islas en ese paisaje verde de maravilla que enamoró a Domingo Faustino Sarmiento.

Lo primero que vemos es la abundancia de amarraderos y enseguida, el tradicional puente giratorio que dan vuelta a mano. Igual en el siglo XXI que cuando se inauguró, en 1912. Y es cierta la promesa de que quien cruza tu puente regresa, siempre regresa. Porque la serenidad crea hábito.

El reloj tiene el mismo huso horario que en la Argentina, pero al bajar la escalerilla parece girar a otro ritmo. En Uruguay uno se desacelera. Están en plena campaña política y ni siquiera en los carteles discuten ni se tapan entre ellos. Dialogan y se escuchan. En la única ciudad que fundó José Gervasio de Artigas en 1816 colocándola bajo el patronato de la Virgen del Carmen, las casas son bajas, limpias y cuidadas porque la propaganda está colgada y no pintada. Recuerdan a algunos lugares de Entre Ríos, también con sus hermosas verjas forjadas con las calles que no cambian de nombre. Predominan los artistas José Enrique Rodó y Juan Zorrilla de San Martín, el poeta de la patria oriental, abuelo paterno de nuestra entrañable rioplatense China Zorrilla cuyo nombre completo es Concepción Zorrilla de San Martín Muñoz.

Nadie corre entre sus 22.000 habitantes; tampoco los autos, donde predominan los antiguos y a veces desvencijados, que llaman Cachilas. Aunque el visitante no los asocie con el nombre del pájaro que le dio origen al tango, sin letra, de Eduardo Arolas. Y al poema de Leopoldo Lugones: Un gemidito titila/ Por el aire, donde en vilo,/ Como colgada de un hilo/ Va subiendo la cachila./ Allá cerca ha hecho su nido,/ De la huella que en el barro/Deja la mula del carro.

Un poco más allá del centro, con hoteles para todo tipo de presupuestos y restaurantes y bares haciendo juego, está la abierta llanura bordeada de playas. Por el camino de la tierra ondulada nos sorprende una sucesión impresionante de viñedos de Tannat, tan identificado con los vinos uruguayos como el Malbec con los argentinos. Son primos hermanos porque ambos son de origen francés. Una de las atracciones es recorrer la bodega Irurtia, de gran prestigio, y luego saborear sus vinos en el casco de la estancia con una buena parrillada preparada por gauchos orientales usando la leñera uruguaya, que permite cocinar a las brasas para que la carne no se arrebate.

Estilo oriental. Ya estamos dentro del resort Four Season, otra de las novedades que han transformado a Carmelo en una tentación del más alto nivel internacional sin perder su personalidad. Con una cancha de golf de 18 hoyos y un par de 72 golpes que desafía a Angel Cabrera y sus colegas. Un oasis en pleno campo de 40 hectáreas entre un bosque de eucaliptos y pinos.

De hecho, una manzana de privacidad para cada pasajero en el total de los 20 bungalows de 90 metros cuadrados y las 24 suites distribuidas en dos plantas de 120 m2. Cada habitación tiene galería cubierta, sus propios jardines y reposeras, bañeras profundas y duchas vidriadas, con camas king size y tules que las envuelven para acentuar un aire romántico de luna de miel en continuado.

En las habitaciones de techos altos, con muebles de lapacho y madera viraró, hay tapices tejidos y bordados, y la decoración recuerda todo lo que sabemos o imaginamos de la isla de Bali, en Indonesia. Nos separan miles de kilómetros y no pocas horas de aviación, pero el clima templado aun en invierno nos acerca. En especial a la hora del spa de 1200 m2 con piscina climatizada y jacuzzi, donde el Oriente se encuentra con el Sur en el ejercicio de una filosofía contagiosa, el arte del bienestar.

Como todo lo lindo engorda o termina rápido, tuve que tomarme la lancha de regreso sin entender una sola cosa: ¿por qué hay tres teléfonos por cuarto cuando lo que uno quiere hacer en Carmelo es soñar con los ojos abiertos?

Entre chocolate y romero. En el spa hay tratamientos corporales e hidroterapéuticos en una gama de indulgencias o mimos múltiples. El menú es una invitación a los sentidos: envolverse en una capa de chocolate o en el valor antioxidante del extracto de uvas, con drenajes linfáticos, exfoliaciones con sal marina y auténticos baños de leche como los que concibió Cleopatra convertidos en una sedosa mouse. Es una carta muy amplia, que incluye hasta tratamientos de relajación para golfistas que han atravesado el estrés de la pelotita que lleva al cielo o al infierno. En mi caso tomé un masaje profundo después de elegir entre tres posibilidades: descontracturante, relajante o simplemente para sentirme bien, aflojándome un poco. Antes aspiré tres fragancias para decidirme: romero, lavanda o melisa. Me quedé con romero porque me gusta con una receta doméstica para el pollo, y me entregué al masajista. Quedé como nuevo. Me dio hambre y fui al principal restaurante del resort, el Pura, en torno de una fuente de agua de origen balinés y una amplia propuesta de delicias culinarias. No es cuestión de hacer dieta cuando uno puede tener el gimnasio, la piscina, las caminatas y toda la vida sana al lado para bajar las calorías extras.