Japón: sorprendente, admirable, purificador
¿Qué se siente cuando una japonesa, tan desvestida como vos, se confiesa contigo en un baño público? ¿Por qué acumulan años, pero nadie envejece espiritualmente? El país es hermoso, pero una sola banana te puede costar 200 pesos uruguayos.
Hoy estrenamos colaboradora. Andrea Charkero visitó Japón muy bien orientada por su amiga Bettina Bellini de la agencia Mercurio y amablemente nos cedió sus apuntes de viaje. Andrea es periodista; recorrió las redacciones de Guambia, Postdata, La República, El Observador y algunas radios y canales. Me encontré con sus hermosas fotos y me mandé el mangazo… pero no me esperaba el tesoro de apuntes tan alejados de la folletería, uruguayos hasta los tuétanos. Es una colección de respuestas a esas curiosidades que tenemos nosotros. En fin… dejemos que Andrea nos lleve con su particular estilo sobre el cual ella aclara innecesariamente: «no es un artículo, no es algo para que lean otros, eran observaciones para mi recuerdo».
Una amiga argentina y Andrea (vestido oscuro), a la izquierda, sociabilizando, cosa que no demanda ningún esfuerzo. Por alguna razón simpatizamos con ellos y ellos con nosotros. Y el Editor aclara, que no es una actitud universal de los japoneses; la empatía es con nosotros… y seguramente algunos más.
Por Andrea Charkero
Me pregunto ¿dónde irán los Japoneses si quieren encontrar un lugar en el mundo que sea mejor que el de ellos? Organizados y exquisitos, delicados, educados, con gran conciencia colectiva y con un arraigado sentido del honor; así son. Tokio es una ciudad increíble que te hace sentir que valió la pena cada minuto de sueño cambiado. Impactante, pulcra, extremadamente segura y llena de contrastes… pero que te deja con la sensación que no la vas a terminar de conocer nunca.
Después de este viaje ni se me ocurre volver a creer que China y Japón son más o menos lo mismo. El día y la noche. Hoy descubrimos el metro y sus múltiples combinaciones en la que dicen que es la estación más concurrida del mundo y aprendimos con terror a sacar los boletos y a interpretar el mapa.
Primero vimos la ciudad desde el piso 45 de la Torre Metropolitana después de una hora a pie llegamos a Shinjuku una zona similar a lo q es para Nueva York Time Square pero increíblemente mucho más frenética e iluminada. Te sorprenden las hordas de gente a milímetros y sin tocarse. Acá todos se desviven por hacerse entender y otros te miran y sonríen esperando que les pidas algo.
No solo el horario, hasta los prototipos de belleza cambian. Un cuello largo y ojos bien grandes suele ser la fórmula perfecta para que una mujer japonesa sea hermosa. Tan así que por todos lados ofrecen productos que levantan párpados, porque ellas los usan todo el tiempo. Son tan coquetas que no existe japonesa a cara lavada. Si hay alguna , se pone barbijo.
Los precios y los negocios sorprenden. Hoy estuvimos diez minutos para distinguir el agua mineral con gas en la góndola del super. Hay mucha oferta pero todo en japonés… después de mucho buscar, al final el mandado resultó un paseo. Es un placer ver la pulcritud y originalidad de cada uno de los productos que ofrecen. Todo tiene un envoltorio delicado femenino con cintas con flores con seda con algún detalle, hasta las más insignificantes galletitas.
Pero todo es imposible de pagar y en parte es por la maniática obsesión de vender por ejemplo la fruta toda del mismo tamaño y color para que sea perfecta, lo que condena a desperdicio mucho buen alimento que estéticamente no entra en esa selección y no se pone a la venta. Así que una sola banana puede salir 200 pesos uruguayos.
Llama la atención la devoción con que quieren a gatos y perros. Está lleno de negocios dedicados a su cuidado donde te venden productos de belleza o la ropa más insólita que se te pueda ocurrir para gatos, como un gorrito para el frío o toallitas especiales para perros para limpiarle la cola después que hacen sus necesidades.
Caminamos horas por Shinjuku y en medio del modernismo electrizante atravesamos la calle más antigua de Tokio, que hoy tiene millones de casas pegadas donde ofrecen todo tipo de comidas. Caminamos en una sola fila tan angosta que es casi imposible ver lo que te rodea. Avanzamos noqueados por las mezclas de olores y vapores que aparecían de todos los lados, provenientes de cocinas viejas donde preparaban bocados para alimentar turistas que cada vez son más. Esta noche intentamos ser japoneses por un rato y cenar su comida más típica, pero no nos fue muy bien. Eso sí es otro cuento.
Al fin salió el sol y pudimos ver el Monte Fuji en todo su esplendor, mientras seguimos recorriendo los 300 kilómetros que nos separan de Nagoya, en un camino fascinante que llaman los Alpes japoneses. Sumen carreteras que parecen autopistas suspendidas en el aire en un infinito y continuo entrar y salir de túneles tallados en la piedra de la montaña. Lagos transparentes y el verde furioso de la naturaleza en una vegetación que estalla y parece esculpida.

Las charlas en viaje se vuelven cada vez más interesantes. Todos contamos la experiencia de haber ido a un Onsen la noche anterior. Fue recomendación de David el guia quien insistió, asegurando que no podemos irnos de Japón sin pasar por un tradicional baño público japonés. Él dice que este es el país de las contradicciones y es así. Una cosa es verlos tan tímidos y pudorosos en calles y comercios, en tanto que en la bañera compartida de un Onsen pueden contar lo más terrible de su vida, desnudos y sin conocer a quien tienen al lado.
En hogares, templos y casas de té no se puede entrar con zapatos, en un onsen hay lugares donde ni chinelas te permiten llevar
El espacio se divide por géneros. La primera habitación es un vestuario donde dejas la yukata, una especie de bata, única prenda admitida con la que podes llegar y que tiene varios significados según como la ates. En la habitación siguiente hay duchas con jabón champú e implementos exfoliantes. Ese primer baño se llama Kakeyu y es una ducha que se toma sentada.
Cuando el cuerpo está limpio hay que entrar a una piscina de agua termal que está a 45 grados. En silencio o en voz baja hay que permanecer todo lo que se pueda aguantar. Si para el budismo el baño purifica, para el sintoísmo (la segunda religión del país) la importancia del agua como símbolo de purificación es fundamental. Los japoneses van a relajarse y a purificarse en los onsen en contraposición a la cultura occidental, en la que el baño sólo sirve para sacarnos la suciedad corporal. Ellos son amantes de los baños porque purifican su alma y en estos sitios comunes se relajan y los ponen a todos en la misma posición social y pueden liberar tensiones.
Capítulo aparte es el inodoro. Acá son eléctricos y sofisticados. Vienen con un panel repleto de botones instalado al costado de la base y discreto o imponente empotrado en la pared. Cada botón ofrece distintos tipos de chorros pero lo curioso es que tiene música. Y para completar, están calientes.
Perdón Andrea, no resistí la tentación de mostrar una habitación con sus tatamis en el piso y los edredones prontos para recibirte. En los hogares durante el día se guarda todo en primorosos armarios y el ambiente se transforma en estar. La foto no es de la colaboradora.
Para terminar el día nos quedamos en un hotel tradicional . Cuando abrimos la puerta de la habitación, exhaustos, nos encontramos con un tatami, un piso de fibras naturales que hay que pisar descalzo. Un living al ras del piso y un juego de té humeante. Volvimos de cenar y todo el espacio se había transformado en dormitorio pero como duermen los japoneses aun hoy, con futones en el suelo. Miento si digo que no dormimos bien, pero prefiero la cama. Durante el trayecto paramos primero para ver una cascada increíble y después un pueblo perfecto de casitas bajas en el medio de las montañas, que después del tifón en 1966 lo reconstruyeron y hoy es una comunidad artesanal. Ya en la tarde terminamos en el Museo Toyota. Un espacio infinito que sube y que baja y siempre termina en otros más …
Caminamos mucho y dormimos poco. Cambiamos de guía dos veces y viajamos por varias ciudades y algunas islas de Japón. La información de a dos se multiplica y los sentidos parecen agudizarse. Es que ahora son dos que nos explican y viajan con nosotros. Seguimos ansiosos con la sensación de que estamos aprendiendo mucho de la cultura japonesa. Cuanto más bajamos hacia el sur en el mapa, todo se vuelve más tranquilo y nos llama mucho la atención, la cantidad de gente de más de ochenta, andando en bicicleta.
Trabajan y andan en bici. Son muchos. Se ven tan felices y activos que parecen jóvenes. Nos recalcan que acá ser viejo es una jerarquía. El respeto a los mayores es la base de la educación al punto que el adulto mayor de es quien toma las decisiones en la familia hasta el final de su vida, de hijos y de nietos. Se inculca a los japoneses a ser responsables de sus mayores. A nunca dejarlos morir solos. Nos cuentan q en el ámbito laboral es un honor que quien ingresa a un trabajo nuevo, lo adopte un tutor veterano y le pase toda su experiencia y su oficio. En el ámbito familiar se educa para cuidarlos y valorarlos.
Los bosques de bambú dan alucinantes conciertos para viajeros, o para ambientar un casamiento… pero para disfrutarlo tenés que ser sintoísta, aunque sea por un rato.
Cada septiembre se celebra en todo el país la fiesta más importante del año, que es el día de los ancianos y en el que se involucra toda la sociedad. Si por algún motivo algún mayor tiene que estar en una Casa de Salud, primero se evalúa a la familia psicológicamente, para ver si están aptos y estables emocionalmente para contenerlos si no, ni siquiera dejan que la familia los visite y le buscan otro entorno más favorecedor.

Nos cuentan que el gobierno japonés lleva a cabo un programa revolucionario para los ancianos que tienen Alzheimer u otras demencias, con excelente resultados que se ven en muy poco tiempo. A los ancianos se les da un robot con forma de bebé y con olor a bebé para que puedan acunarlo. Los estimulan para que los lleven a pasear e interactúen como si fuera su hijo durante todo el dia. Muy rápido el enfermo empieza sólo, a recordar momentos de su vida y lentamente empieza a dejar de estar aislado.
Otra iniciativa es juntar en escuelas a bebés con ancianos muy mayores para que estén con ellos y jueguen en una interacción que resulta muy beneficiosa para ambas generaciones. Como éste hay muchos programas y tratamientos en Japón diseñados para los trastornos de la vejez. Cuando se ingresa a un centro de salud al enfermo se le pregunta si quiere que se le aplique la medicina occidental o la de campo que es en base a hierbas. La segunda es más lenta pero va a la causa. Ellos se basan en la medicina china pero con variantes.
Andrea rodeada de admiradores de cuatro patas, confianzudos y mimosos, como corresponde a bichos tratados con amor.
Recientemente se ha descubierto que la acupuntura no es tan efectiva como lo es la presión con los dedos, una técnica sofisticada japonesa que no tiene traducción. Cuando un japonés se jubila se dice que empieza su segunda vida: activa y divertida, aunque acá nadie se jubila totalmente. No existe el «no hacer nada» y las actividades personales no cuentan porque son privadas. Las que importan son las del colectivo y la de contribuir al proyecto más grande que la propia chacrita.
Acá se jubilan para trabajar menos pero lo siguen haciendo y hasta a veces gratis pero les es imprescindile tener una rutina, una vida social y una responsabilidad. Eso es lo que los hace estar plenos. Es frecuente que vayan al trabajo para trasmitir al empleado más joven sus conocimientos y lo hacen de puro gusto porque están educados para el bien común.
Los veteranos japoneses viajan mucho tienen preferencia y descuentos en todos los servicios. Cuentan con una línea de autos económica diseñada para subir y bajar con comodidad y con un asiento trasero diseñado exclusivamente para nietos y para acomodar juguetes. Acá todo está pensado para que un anciano este activo saludable y joven hasta el final de sus días. En este país la esperanza de vida se establece en el entorno de los 85 años. Son tantos los que pasan los 100 y se ven saludables, que emociona. Después de tantos datos la pregunta del millón era: ¿Cuándo en Japón se considera que alguien es viejo? La guía se ríe y un poco en broma y un poco en serio dice: que en Japón uno empieza a ser viejo después de morirse, por no decir nunca.