ir arriba
Uruguay

America del Sur

America del Norte y Central

Europa

Africa

Asia

Oceania

Destacado

Home » America del Sur

¡Basta de civilización!

 

 ¿No te aburre tanto hormigón? Salí a buscar los delfines rosados y los monos ardilla de la selva ecuatoriana.

Es lo que hizo Martín Wain de La Nación (GDA) al introducirse por el río Napo para internarse en la selva profunda y «perder el aliençto ante la magnífica diversidad», como él comenta.

AMAZONIA (Ecuador).- Viva, negra, escalofriante. Es la primera vez que veo una tarántula cara a cara. Ella devora un saltamontes sin masticar ni inmutarse por la luz de nuestra linterna. Pero mejor no insistir. Unos pasos más allá hay una pequeña culebra que se muda de árbol como si flotara en el aire y un hormiguero de las temidas paraponeras. En trescientos metros de caminata por la jungla hemos visto también ranas translúcidas, una cucaracha del tamaño de una mano, chinches apestosas, saltamontes de antenas táctiles y cientos de insectos que se camuflan como hojas, palos o arañas, según quieran pasar desapercibidos o verse más peligrosos. No hay reja que nos separe de ellos.

Para llegar hasta acá viajamos de Quito a El Coca en un particular vuelo de 26 minutos, que cruzó dos veces el paralelo 0, descendió de los 2850 msnm de la capital a la casi llanura amazónica de esta región y nos elevó de los 16°C a los 31°C, húmedos y tropicales. Tomamos luego una lancha para seguir el curso del río Napo durante casi dos horas, hasta el Manatee Amazon Explorer, único barco en la zona con fines turísticos. Es un crucero pequeño, de expedición, con trece camarotes, 26 metros de eslora y un máximo de treinta pasajeros.

Antes de la primera comida -sopa de quinoa, horneada de cerdo y mouse de taxo o fruto de la pasión-, Fausto Cornejo, el administrador, nos reunió en el salón de la tercera cubierta para brindar detalles de la dinámica a bordo y presentar a los dos guías. Con ellos se parte cada mañana de excursión; también cada tarde y ocasionalmente, antes de dormir.

Ahora es de noche y a Ernesto de la Torre, el guía biólogo, se le ocurrió hacer este paseo fuera de programa, para aprovechar que el barco está amarrado cerca del parque nacional con mayor diversidad de especies en el mundo: el Yasuní. Con botas de caucho, desembarcamos en canoa hasta la primera luz que divisamos desde el río y, ya en tierra, les pedimos permiso a los habitantes de la casa -una familia quechua, como casi todas en la zona- para utilizar un sendero comunitario que empieza en la puerta de su hogar. Así nos sumergimos en uno de los caminos más asombrosos que puede conocer un viajero, entre palmos que forman una galería abierta a machetazos y ceibas gigantes cuyas ramas se distinguen a contraluz de la luna.

La primera inmersión no podría ser más llamativa. La segunda será literal, en aguas marrones, al día siguiente.

La propuesta del Manatee es conocer hasta cuatro áreas protegidas, en programas de tres, cuatro o siete noches. No se trata de un viaje lujoso, sino de una manera confortable de internarse en la jungla a través de uno de los grandes afluentes del río Amazonas.

Existen otras maneras de conocer la región. En el primer tramo del  hay una decena de lodges, un par de ellos creados por las propias comunidades, que ofrecen dormir en la selva y hacer excursiones a pie o en lancha. Están lo suficientemente aislados como para disfrutar de la soledad, pero también lejos (más de 400 km) de la frontera con Perú, uno de los puntos más buscados por los viajeros que llegan al Oriente.

Unos pocos aventureros suelen cargarse una mochila y subir en El Coca a una lancha colectiva, que parte río abajo una vez al día y llega en 12 horas a Nuevo Rocafuerte, pequeña ciudad antes de la frontera. Allí se quedan -hay un par de hospedajes familiares- hasta la partida de alguna lancha hacia Pantoja, el pueblo fronterizo del lado peruano, y siguen camino en barcazas hasta las cercanías de Iquitos, en un trayecto de 4 o 5 noches que cuesta poco más de 30 dólares; sin camarotes, pero con hamacas que se alquilan a bordo o se compran en el puerto.

Animales sueltos

La primera mañana en el Manatee empieza a las 5.30. El despertador personal puede quedar guardado hasta el final del viaje, ya que los horarios son decididos por el equipo de expedición que se ocupa de avisar a los pasajeros. Uno de los guías pone su voz y elige también la música: en este caso, un tema de Tarzán, la animación de Disney, interpretado por Phil Collins. Tras unos segundos de canción, Ernesto avisa por los parlantes que el desayuno estará listo a las 6.

La puntualidad no es algo que les quite el sueño a los ecuatorianos, pero en el barco se planifica todo de manera minuciosa, así que a las 6 en punto están servidos los jugos de graviola -cada mañana cambia la fruta-, los yogures, alguna especialidad caliente a base de yuca u otro ingrediente local y los panes horneados a bordo. Pasajeros y guías nos ubicamos en dos mesas compartidas para disfrutar del sol que empieza a entrar por los ventanales mientras el barco, quieto durante la noche, continúa ahora su marcha.

Amarradas al Manatee flotan una lancha y una canoa (también con motor), que permiten acceder a sitios de difícil acceso, como comunidades muy aisladas o brazos del río que se internan en el verde y permiten ver a los animales desde cerca, que es en definitiva lo que busca la mayoría.

Los avistamientos no tienen garantía, ya que el terreno es tan grande que los animales están más separados entre sí que en otros destinos. Pero monos ardilla se ven seguro, al igual que delfines rosados que asoman el lomo, caimanes de hasta cuatro metros (en la laguna Limoncocha) y más de 40 especies de aves, grandes protagonistas hasta el último rayo de sol de cada jornada. Después llegan los murciélagos, las ranas y millones de insectos alucinantes, que desaparecen cuando uno vuelve al barco.

Las tortugas de río saben camuflarse, pero quedan al descubierto por decenas de mariposas que rodean sus ojos para lamer sus lágrimas y obtener así sales minerales. Divisamos al menos cinco caparazones tras pasar un puesto de control fronterizo, muy cerca de la Reserva de Vida Salvaje Cuyabeno.

Luego llegó el momento del chapuzón. En un sector que parece laguna y tiene suficiente profundidad como para no tocar el fondo (es lo más peligroso, por las rayas) nos lanzamos con el guiño de Ernesto, quien se tiró primero. Es un misterio lo que rodea los cuerpos del cuello hacia abajo. Según él, el peligro de las pirañas es un invento de Hollywood y los suaves pinchazos que todos sentimos son sardinas de río que confunden los lunares con insectos que intentan capturar. Después de las cosquillas, salimos ilesos y refrescados.

Ahora río arriba encontramos el Manatee junto a un muelle de Nuevo Rocafuerte, donde se encuentra un hospital legendario (ver aparte). Como después de cada excursión, Fausto y Renatto Astudillo nos esperaban con un jugo exótico, para disfrutar antes del almuerzo.

Caseríos y petróleo

La Amazonia cubre parte del territorio de ocho países, entre ellos, Ecuador. La región ecuatoriana conforma cerca del 40% del suelo nacional y tiene entre sus habitantes a unos 100.000 indígenas, divididos en siete etnias. Los quechuas son mayoría.

La región es también una gran reserva de petróleo, por eso se ven en las orillas no sólo casas y comunas aisladas, sino también campamentos petroleros. El parque Yasuní corre peligro de perder mucho más que su biodiversidad, si se concretan proyectos de extracción que parecen inevitables. El gobierno propone mantener el crudo en el subsuelo, con un plan que requiere de aportes internacionales para lograr el 50% de lo que obtendría el país de su extracción, con el compromiso de no tocar los yacimientos. Pero no es fácil que lo logre.

El primer contacto entre el turismo y las comunidades lo había establecido el flotel Orellana, un barco que empezó a traer viajeros de manera organizada en tiempos en que todavía se daban encuentros violentos entre quechuas y misioneros, colonos o representantes de compañías petroleras, muy frecuentes hasta los años 80.

En diferentes días visitamos una escuela bilingüe y el Centro de Interpretación Kichwa, inaugurado hace un año, donde más allá de un baile for export se exponen materiales de uso cotidiano, como trampas sorprendentes para cazar y pescar. Y si se encuentra el chamán Domingo es posible participar de una ceremonia de limpieza.

Al tercer día nos despertamos con música de Heitor Villa-Lobos, elegida por el otro guía, Raúl Romero, quien se complementa con Ernesto a la perfección. El primero es el duro, con temple de jungla; el segundo es sociable, detallista y amigo de los niños.

«Son muy cotizados los guías de selva -detalla Fausto-. Es mucho más fácil trabajar en Galápagos, porque la fauna está ahí mismo. Aquí deben salir al bosque, seguir huellas, escuchar, observar. Ellos tienen una habilidad desarrollada durante años, con ayuda de la gente nativa.»

Las excursiones están incluidas en la tarifa del viaje, pero lo ideal es faltar al menos a una para disfrutar más tiempo a bordo. En la cubierta principal siempre hay café y otras infusiones. También chocolate, en el salón con aire acondicionado donde se enciende la TV por las noches, cuando el Manatee está detenido (Fausto se ocupa de acomodar las antenas y lograr señal). Lo mismo ocurre con Internet.

Las comidas son el punto de encuentro y de grandes sorpresas. Fritadas con llapingachos y mote (o cerdo frito con tortillas de papa y maíz blanco cocido), locro (sopa de papa) con acelga, cebiche de chochos (una legumbre andina) con palmitos y postres como bananas al horno con canela integran el repertorio del chef Carlos Aguagallo, que ha deleitado en Francia y Reino Unido, pero hace seis años está en el Manatee. En general trabaja solo en la cocina, sin ayudantes.

Cerca del 80% de los pasajeros del Manatee son europeos. El resto, de América del Norte, América de Sur, Oceanía y ecuatorianos. Seis de los doce tripulantes son quechuas, entre ellos los timoneles, expertos en navegar por estos ríos de poca profundidad.

Cuando el agua sube, los bancos de arena desaparecen y enormes troncos pueden aparecer en el trayecto. Un compañero de viaje concluye que todo es efímero en la Amazonia. La fauna se mueve demasiado rápido y el paisaje cambia mucho durante la navegación, especialmente los colores. Después de una tormenta que parece el fin del mundo, por ejemplo, aunque sólo dure tres minutos, los verdes lucen mejor que nunca. Y hay que saber disfrutarlos antes de que vuelvan a modificarse.

DATOS UTILES

Cómo llegar

 

  • LAN opera hasta dos vuelos diarios a Quito. Tarifas, desde US$ 586,15 (ida y vuelta, con impuestos incluidos). En premium economy, desde US$ 1080,70. Ventas y consultas, por el 0-810-9999-LAN (526). www.lan.com

 

  • Los aéreos Quito-Coca-Quito cuestan unos US$ 140, por Tame (también vuela Aerogal, con menos frecuencias). Si se contrata el viaje en el Manatee, la empresa se ocupa de adquirir el ticket aéreo para que el grupo viaje junto.

Dónde dormir

Manatee Amazon Explorer: en cabina doble cuesta US$ 650 por persona el recorrido de cuatro días y tres noches. Niños menores de 12 años que compartan cabina con padres, 330. Incluye el transporte del aeropuerto de El Coca al Manatee, la estada, las comidas y las excursiones guiadas. El ingreso a las áreas protegidas cuesta en total US$ 45 por persona. Más, en www.manateeamazonexplorer.com

 

Hospital de frontera

En Nuevo Rocafuerte, pequeña ciudad fronteriza, conocimos a una leyenda: el doctor Manuel Amunárriz. Español y padre capuchino, se había instalado aquí en 1970 y fundó las bases del Hospital Franklin Tello, que actualmente dirige (se fue durante 12 años y volvió en 2005). Ha sido desde cirujano y partero hasta dentista, y se ha dedicado especialmente a la investigación de chagas y leishmaniasis cutánea. El hospital hoy cuenta con alta tecnología, pero faltan profesionales. «Es difícil quedarse en esta zona, a doce horas de la ciudad en una lancha que pasa una vez al día.» Amunárriz logró la rotación de médicos residentes y está dejando todo listo para su sucesor, ya que se jubila en octubre y regresa a España. Tiene 80 años.

Contra picaduras y mordeduras

En distancias tan largas, la seguridad es una inquietud de muchos viajeros. Hay a bordo equipo de primeros auxilios, pero en caso de fracturas, por ejemplo, «se toma la canoa hasta el centro médico más cercano. Los campamentos petroleros tienen médicos y nos ayudan, y las comunidades tienen dispensarios», detalla el administrador.

Si dentro del bosque pasa algo, los guías avisan por radio y van desde el barco al rescate. «Si es grave, el helicóptero del ejército tarda 15 a 20 minutos.» Las mayores dudas son sobre posibles ataques de animales e insectos. «Es muy difícil que te muerda una culebra. Si el grupo encuentra una, el guía sigue los procedimientos para evitarla. Lleva además antiofídico y una pistola eléctrica para cambiar la polaridad del veneno. Después hay que ir a un centro de salud.» Nunca ha ocurrido con un turista -asegura Fausto-. Suele pasarle a los nativos cuando limpian sus casas. En sus chacras está la serpiente X, un tipo que aguarda en los maizales porque hay roedores.».